martes, 16 de septiembre de 2014

Una contradicción permanente. Notas sobre la poesía de Julio Cortázar




 Una contradicción permanente
Notas sobre la poesía de Julio Cortázar






“El poeta, contradicción permanente, teje el poema con las arañas pero a la vez quisiera las cosas fuera de la tela, las cosas moscas en su libre vuelo. Sabe que de alguna manera mata las cosas al mostrarlas (Rilke dixit) y por eso, ya no puede no tejer la tela, multiplica las oportunidades de la distracción, mezcla las barajas del presente, cambia los sentidos, enloquece las agujas de marear, confunde entrar y salir, cara y cruz, arriba y abajo.”

-Julio Cortázar, Alto el Perú-



El poeta es esa contradicción permanente que le da sentido al universo. Desde su boca, que es siempre algo más que suya, asistimos a la celebración de la existencia. En su canto la vida no cesa de aspirar a ser algo más que sólo vida. Hay en la palabra poética, que es oráculo y acción, que es expresión y comunicación, lugar y ubicuidad, un susurro que procede desde el origen atávico del lenguaje, desde el instinto iniciático de desplegar la realidad que nos posee como hombres. Liberar el instinto del dogal de la civilización ha de ser el primer paso en la conquista de la antropofanía, en la restauración de la integridad perdida. El despliegue poético, que es arrebato y compromiso, se efectúa desde las cosas y hacia las cosas, desde el lenguaje y hacia el lenguaje. Cuando el poema atrapa la realidad, la está haciendo más libre, la dota de una autonomía mágica, la insemina con la emergencia intuida de ser algo más. Cuando en una palabra cabe un hombre, siempre hay un hombre más sin descubrir. Si en el poema nace un orden, ése es un orden que no responde sino a un movimiento perpetuo, a un crecimiento sin fin. Los dominios de lo poético son el taller flotante en que se forja la triple aventura del lenguaje, la realidad y el hombre.




La palabra poética es una revolución en sí misma. Emana de una rebeldía, de una audacia que la precede siempre y que más tiene que ver con la naturaleza y la conciencia innatas del hombre que con una premeditación estética. Late en el fondo de nuestro ser, que es también nuestro lenguaje, una propensión analógica, intuitiva, proteica de conocer, de nombrar por primera vez todo. Al espíritu racionalista que describe las cosas, las clasifica y las define, se llega después, desde la locución filosófica y el pensamiento discursivo. De la solución de continuidad que se vive entre la lógica y la afectividad nace un lenguaje que nos ennoblece y nos dignifica. La música de la existencia viene cifrada por las coordenadas de una palabra que nos recoge y nos bifurca, nos establece y nos devuelve a la vida, en un proceso incesante de entusiasmo y consumación. La realidad a la que pertenecemos nos pertenece en su absoluto y es la palabra poética la única responsabilidad auténtica a que obedecemos. El lenguaje es una rueda que gira en el vacío; el vacío gira en el lenguaje, se hace rotación en cada vuelta. Los signos –como sabía Octavio Paz– están en rotación. El mundo y la palabra que lo dice son inconstantes y es el poema el lugar donde el milagro de la creación se cumple. En el principio era la palabra.

En Cortázar, las palabras celebran esa ceremonia de la confusión de la realidad en la que el juego literario adquiere coherencia, en la que la negación del canon y sus modos discursivos no es más que la posibilidad de adentrarse con armas nuevas en los terrenos inexplorados que nos hacen concebir un más allá. La definición cortazariana de lo humano se presiente en la demolición de instituciones glorificadas, usos estereotipados, miradas convencionales e imperativos de seguridad y solvencia. La palabra poética cortazariana propondrá siempre un lenguaje “matinal”, en que se invente cada vez el mundo, en que el mundo se revele de profundis como por primera vez.

Una doble libertad es precisa: la libertad de las palabras, que quisieran resolver la afasia semántica en que se hallan sumidas, y la libertad de las cosas en sí mismas, acorraladas en nombres que no las dicen. La aventura existencial ha de consistir en el trazo de una línea que recoja, sin someterlos, esos dos polos. El único texto posible referirá, simultáneamente, la condición humana esencial, la intervención del hombre en el mundo y la dimensión desconocida de lo real. Las restricciones del pensamiento convencional y las predisposiciones de la cultura se olvidan de las excepciones, las irregularidades, las irrealidades y los sueños en cuyo hálito existe en profundidad el mundo. La huida de la Gran Costumbre es el intersticio fascinante por el que escapamos del hierro de lo establecido, la brecha por la que amanecemos a una mirada utópica y crítica. En Cortázar nos encontraremos, a contracorriente, enloquecidas las agujas de marear, con ese poeta en que se cifran vitalmente las oportunidades de la distracción.


La contradicción que el poeta entraña es una de sus más abundantes cualidades, en tanto le permite una conciliación más allá de todo sistema, un tejido que aprovecha la negación de lo discursivo y lo metódico para el asalto de los perfiles insospechados de la creación. Sólo desde esa desautomatización que profiere un grito nos será dado contemplar el auténtico día onírico, la inmensidad del juego, las regiones lúcidas de lo fantástico, la verdadera cara de los ángeles. Esa contradicción le otorga al poeta poderes mágicos, porque en su palabra hay placer, compromiso e inteligencia. En la palabra poética se consolida nuestra vocación humana original, se aceptan los encuentros, las afinidades, las coincidencias significativas y, finalmente, se desentrañan el milagro y el secreto de la vida.

Al irreductible encanto de cantar y al enfrentamiento poético en que se cumplen las posibilidades de decir y ser dicho, al feraz compendio de deseo inextinguible y de acción nos invita la poesía de Julio Cortázar. El poema lleva inscritas en su naturaleza la necesidad de ser más, la necesidad de negar los cauces obsoletos de la poética convencional y la necesidad de conciliar las respiraciones de la vida y el arte en la construcción de un discurso que se mueva por encima de todo discurso, que instale al lector en una plataforma hierática y que ofrezca el diáfano nacimiento de una realidad más real. La distracción de las formas, la no sumisión y la abigarrada libertad creativa nos muestran al Cortázar poeta como salvador de todas las distancias, como voz en que culminan los designios sociales y artísticos del siglo XX.