RECOMENDACIONES DE VERANO
martes, 9 de agosto de 2016
martes, 1 de marzo de 2016
Anselmo Gómez y sus "Amores pusilánimes"
EL AMOR
SEGÚN ANSELMO
“¿Dónde guardas un trozo de aroma, para mí? He
apurado los últimos besos. El polvo de mi pecho es un bello monumento a tu
recuerdo. Me comería hasta las piedras si tuviera la certeza de hallarte
debajo.” (76)
Con esta contundencia nos habla Anselmo Gómez
del amor, del cuerpo y el espíritu del amor en Amores pusilánimes (Premio Novela Erótica Villa de Gerena, Autores
premiados, 2016). Parece haber recordado el significado latino de amor, más cercano a la sensualidad del
deseo que a las efusiones de los sentimientos. Las cosas del amor –diría Jaime
Gil de Biedma– son del alma, pero un cuerpo es el libro en que se leen.
Necesaria, por tanto, la contundencia en el discurso, la volubilidad de las
formas, el erotismo y la crema de las sensaciones descritas. Porque no creo que
haya en el mundo nada más difícil que describir un cuerpo humano con palabras.
Tal vez atreverse con el alma del hombre. Se resisten a entregarse al que
escribe. Se resiste la carne, en su voluptuosidad y en su materia, a ser
recogida en los signos baratos con que decimos las cosas. Tal vez, porque el
cuerpo no es una cosa más, porque el cuerpo en sí ya es una comunicación, alada
sin duda. También porque puede ser mucho más: un éxtasis, una fragilidad, una
extensión del alma, un milagro, un pecado, una porción de infinito. La medida
del universo, en fin. De esta dificultad y de este peligro fueron conscientes
los artistas del Renacimiento, los mismos que situaron al Hombre en el centro
del círculo y el cuadrado, como epifanía, como resurrección, como alcance
sublime, como encuentro y origen de todas las cosas. Si Miguel Ángel o Leonardo
se rompieron las crismas buscando esa humanidad en el mármol –“¿Por qué no
hablas? Habla, perro.” le gritó Miguel Ángel Buonarrotti a su Moisés después de
golpearlo con un martillo en la cabeza-, creo que más ardua es todavía la labor
de quien pretenda esculpir en lenguaje el cuerpo de la mujer. La donna angelicata de Petrarca o Dante exigió
la invención de un lenguaje nuevo, el del amor cortés sublimado, incendiado de
metáforas y símbolos que rindieran la naturalidad del ser, aún no superado en
la definición del amor y los bienes que lo acompañan. Ni siquiera Lope, en el
famoso soneto, se atrevía a ceñirse a un solo lenguaje para cercar el cuerpo,
la idea, y expresaba su confusión. Por todo ello, siempre me ha parecido
imposible contar los deleites de la carne, las formas del espíritu para el
amor.
miércoles, 27 de enero de 2016
EL ORDEN DE LOS SUEÑOS DE JOSÉ CERVERA
EL ORDEN DE LOS SUEÑOS
DE JOSÉ CERVERA
Para una lectura de El pequeño corredor y otros cuentos
En el
redondo, en el vertiginoso girar de las ruedas de esta bicicleta de El pequeño corredor y otros cuentos (La fea
burguesía, 2015) de José Cervera se
esconden algunos de los grandes secretos de la literatura. De forma incesante orbitan los relatos en
torno a las ideas de conciencia, imaginación, justicia, verdad. Los signos
están en rotación, como quería Octavio Paz. La vida, también. Por su parte, la
literatura no es otra cosa sino esta pedalada que sostiene los cables sobre el
abismo en su pura aspiración a crear un mundo nuevo a cada vuelta de la rueda,
del otro lado.
El
lenguaje, la ficción: ese es el mundo al que pertenecemos. No hay tal vez otra
patria que esta del lenguaje, que esta de la creación. En el círculo ficcional
de las palabras, en su intento de ser algo y de ser algo más, el lector crece,
oscila hacia sus adentros, se reconforta en la imagen que de sí mismo encuentra
en la historia que está leyendo. Una y otra vez el mundo se ensancha y se
extiende en las palabras del escritor, que hace de su inclinación y su deseo una
verdad. Un momento sublime, un resplandor anima los fuegos posibles de la
creación: de la nada surge la idea y se acaba convirtiendo en un todo, redondo,
incesante, caleidoscópico. Escribir es fundamentalmente un acto heroico. Leer,
desentrañar, confundirse en el lenguaje del otro, también es un heroísmo.
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