lunes, 28 de diciembre de 2015

LA CIUDADANÍA POÉTICA DE PABLO GARCÍA CASADO


LA CIUDADANÍA POÉTICA DE PABLO GARCÍA CASADO

Hacia García






1.     SOBRE LA PULCRITUD DEL REALISMO SUCIO

No es una paradoja lo que anuncio como punto de partida de estas reflexiones sobre la poesía de Pablo García Casado y su último libro, García. Lo que en la literatura norteamericana y luego en la occidental se llamó “realismo sucio” (cerca del realismo social-existencial, el documento underground, la crónica poética urbana o el naturalismo crítico) atesora algunas de las cualidades que definen un producto literario como pulcro. Los textos de esta tendencia proceden de una singular depuración de las formas, de la reducción a lo esencial de los elementos retóricos del relato o el poema (que suele ser narrativo). Creo que las canciones de Ramones pueden ser un buen correlato musical de lo que intento explicar: una actitud punk, directa, desnuda ante la lengua y el mundo. Esta esenciación deriva en ocasiones en un minimalismo descarnado. No hay lugar para lo espurio o lo superfluo. Se va a la raíz del asunto desde el primer momento y al final no hay una amplia cola delicuescente de pavo real: solo el portazo que sella el poema. A esto hay que añadir la sobriedad, la parquedad, la precisión en el lenguaje. Se diría que el poema realista sucio procede por condensación, como las gotas que corren por las ventanillas del coche en invierno. Esta condensación y la concisión argumental, estructural, lingüística se complementan furtivamente con el sentido extra, imprescindible, que el contexto y el lector aportan con abundancia y complicidad, y que acaba lanzando los textos a una profundidad desconocida y a una rotundidad imparable. Tras leer uno de los cuentos de Raymond Carver, por ejemplo, queda la sensación de que algo se te ha escamoteado, que te lo han dicho entrelíneas, pero que ya lo sabías, por supuesto que lo sabías: estaba dentro de ti antes de empezar a leer. Hay en esa aparente simplicidad mucha fiereza existencial. Despojar al relato o al poema de lo accesorio es reconocer en él una pulsión mucho más fiera, nuclear, la que no necesita palabras de más, la que se basta y se sobra en su intensidad, en su vitalidad para activar un movimiento de conciencia. Así en la poesía de Pablo.

jueves, 3 de diciembre de 2015

Tres poemas de BARBARIE






Barbarie XIX Premio Alegría de Poesía del Ayuntamiento de Santander, en una selección de finalistas de muy alto nivel y excelencia literarios, es título que, en conjunto, refleja no sólo el tono vitalista, desarraigado y desolador que el poeta descubre en la existencia humana, sino una manera de acercarse críticamente a determinados temas de la misma realidad circundante, siempre en una continua búsqueda del autor por encontrarse a sí mismo.
Sin que pierda en ningún momento la emoción, en el libro destaca tanto el entramado de culturalismo y cotidianidad como la gran soltura de García Cerdán en el manejo de los aspectos metaliterarios sus lecturas, los autores que él admira, un metalenguaje poético abierto siempre al concurso del lector, a una visión colectiva de la realidad.

-Carmelo Guillén, director de la Colección Adonáis-







Hey Hey My My
—Neil Young—




lunes, 28 de septiembre de 2015

Los hermosos engaños diarios. Palabra de Dionisia García.


Los hermosos engaños diarios
Palabra de Dionisia García




Largos son los pasos que ha recorrido el poema de Dionisia García desde aquel inicial El vaho en los espejos de 1976. Largos, por el tiempo pasado –que es siempre un tiempo líricamente vencido, conquistado–, y largos, por su continua y enérgica costumbre de cantar la vida y apresarla por un momento en las palabras.

Incansable la vida.
Tanto mundo no cabe en el poema.

Incansable su cantar, también, testimonio de una hermosa tensión entre vida y lenguaje, sostenida con brillantez durante todos estos años. En el centro de este devenir poético nos encontramos con una mujer que deja a su paso una poesía digna de admiración, cumplida y cabal. La palabra cumplida de Dionisia es la palabra que, con paciencia de orfebre, destilada, nos ofrece libro tras libro, día a día. Su promesa poética se cumple en los ojos del lector desde una cercanía acogedora, susurrada al oído, escrita sobre el espejo bruñido de los sueños diarios.

En los ruidosos tiempos por que corre la poesía contemporánea –mucho ruido y pocas nueces, repetición, cacareo, falta de verdad- aún es más elogiable la lección con que Dionisia García nos llega en cada libro nuevo. La suya es la lección de la mesura. Esta horaciana virtud acompaña su poesía desde sus primeros libros y es una obligación a la que atiende con entrega cautelosa. Mesura en el mirar y en el decir, equilibrio de las ideas, pulcritud formal son cualidades esenciales de su obra. Y adquieren un brillo especial, en tanto traducen una intensidad muy limpiamente recogida, una mirada muy limpiamente puesta dentro de sí misma y sobre el mundo. La suya es una espléndida elegía que canta la pureza del recuerdo, la plenitud del instante, el infortunio y el dolor del otro. Se podría decir que la poeta pone sus manos sobre las cosas y las tienta y las reconoce –aun a oscuras- y las incendia desde una palabra justa.
Entendamos mesura, entonces, como la virtud que consiste en sacrificar lo espurio, lo abigarrado o lo desnaturalizado en el poema, atendiendo solo a la verdad, desechando el exceso. Así se despoja el lenguaje de todo lo superfluo.

Quiero decir del tiempo, más agrandado ahora.
Su delirio no cesa ni concede.[1]

Así se aloja medularmente la mesura en la propia idea de poesía y en los valores estéticos y morales que entraña. Concebida como una claridad densa, cargada de sentido, de una metafísica alcanzada en lo cotidiano, en su obra hay una clara preocupación por la hermosura del mundo, por el paso del tiempo y su insolencia, por la memoria que nos hacer ser quienes somos y, finalmente, por la palabra que nos dice.

¿Todo es cierto y ha sido, o está siendo?[2]

Y también nos encontramos frente a la palabra de quien denuncia el agravio, se amotina ante la barbarie y el caos que llaman progreso, y se avergüenza de la guerra y de las guerras.
Elegía y conciencia, intimidad y condolencia humana. Sobre estos sólidos pilares ha hecho suyo un lugar propio, impecable en nuestra poesía. Dionisia ha llegado hasta ahí desde la constancia en el trabajo bien hecho, desde la templanza, con tesón y fe ciega en las posibilidades tranquilas, sólidas del poema. Todo un logro este de sacrificar lo ilegítimo y quedarse con la luz, la sensatez y la gracia de este oficio de luz.

Me referiré con brevedad a El engaño de los días[3], uno de los libros con que se cimientan en profundidad sus capacidades poéticas y un buen ejemplo de lo que es su poesía en los últimos tiempos. En El engaño de los días encontramos a una poeta que opera –como en Señales (2012) o Lugares de paso (1999)– con plenitud y rotundidad, entre el lirismo y el pensamiento, volviendo a las antiguas obsesiones y a las pasiones de siempre. Lo hace desde una maestría colmada, que desborda y convierte el poema en recinto sagrado donde se ofician las inmensas posibilidades de la emoción, la inteligencia y la música.

Las noches ya son largas y cede la memoria
para traer de atrás el jugoso delirio,
que fue flamante acopio de un tiempo lento y claro.[4]

Es especial en este libro –como en todos los suyos– la relación de la poeta con su poesía. Entre ellas –Dionisia y la poesía– se extiende un territorio común de confidencias, secretos y revelaciones.

Quien allí está no aguarda el paso de las horas,
ni tampoco mayores beneficios,
fuera de detener sus propios pensamientos[5].

Es este el ámbito de la intimidad más fecunda. Es el terreno de la reflexión y de los silencios, de la contemplación y del amor dicho en voz baja, del disfrute compartido de la naturaleza y de la escapada del tiempo, tan grande, tan perturbador, tan presente.
El libro se abre, sentenciosamente, con el poema “Sombra”. En él se atreve Dionisia a regresar al poema, una vez más, como quien vuelve al lugar acostumbrado. En este regreso, que es siempre el primer encuentro, el primer hallazgo, hay una llegada al tiempo en que poeta y poema existen y a la memoria en que hemos ardido.

Al regresar prefiero traer lo más lejano,
aquello que llegando ilumina los sueños,
y descubro que soy de otro tiempo la sombra.[6]

Se regresa al poema como se regresa a “la vida que ya fue” y al don concedido, como se asiste de nuevo a las embriagadoras imágenes de un sueño, que está ahí y que se esfuma.

¿Quién ha llegado a este lugar
preciso de los dones?[7]

El poema es un don y es también amparo y cobijo (“Domingo”). Y “vida recobrada”. “El lenguaje del aire, las palabras” restituyen lo pasajero en cada verso, son constancia de la finitud y de la dicha de haber vivido y haber visto. Desde luego, la mirada más perdurable tiene su lugar y su sentido en el poema: la mirada es más cierta desde las palabras.[8]

Fuera de la costumbre se detuvo
mirando hacia lo alto donde todo fluía.[9]

En el poema es igualmente posible asumir menos penosamente nuestra transitoria condición humana. Vivir, pasar por la vida es “ir hacia fatal destino” y en este pasaje descubrir, percibir. Quizá sea esta la única forma de estar vivo de verdad, de ser. Al fin, no somos sino cuanto recordamos, el camino irrepetible.[10]

Tras hacer el camino es cuanto queda.
Lejano el esplendor de un tiempo irrepetible,
traducido a una voz que quiere adelgazarse
en contadas palabras.[11]

La existencia puede contemplarse como “la pérdida de un bien ya sin retorno” y, sin embargo es tan “luminoso aquel tiempo”.[12] Entre la elegía y la celebración, desde la conciencia del tránsito, ante la vida vivida, frente a la tristeza o la nostalgia, late siempre una decidida apuesta por la luz. Aunque duele, no se rinde la poeta ante el olvido, ante la desmemoria.

Nos duele que la luz nos abandone
y pasemos a ser meros escombros,
olvido nada más de la existencia,
lentamente extinguidos en la niebla.[13]

De toda esa niebla se renace de nuevo en el poema: “Renaces si te nombro”[14]. Y es cierto: el poema es creación y recreación de la realidad. El poema nos otorga esa aura de eternidad que necesitamos, nos concede la breve eternidad de las palabras, que pueden salvarnos de la insidiosa inquietud. La luz del poema llena y alienta las cosas, es la misma luz vital “que la lleva al mercado”, que la hace sentirse viva. La revelación poética es, en primer lugar, una revelación vital. La experiencia del poema es algo más que una necesidad: pertenece a los ámbitos de la devoción, del misterio que ayuda a solventar otro misterio. La poesía aporta a la vida una clarividencia y una capacidad inusitada de mirar.
Otro extremo esencial del prisma poético luminoso  de Dionisia García es la naturaleza. El paisaje es evocación y fuente de vida.

Me ignora este paisaje, pero yo busco en él
la vida tan certera que me daba.[15]

El estremecimiento compartido, la experiencia consumada de amor por el paisaje y por los campos de su infancia está presente en toda su obra.

Acudid a esta senda,
y comprobad que existo como el pino doncel
donde grabé mi nombre[16].

La naturaleza ofrece respuestas, complicidades, cercanías. Las poeta lee la naturaleza como señales que invitan a la perpetuación del momento, a la recogida del recuerdo. En “De los árboles”, por ejemplo, la poeta es estela y respiración:

Me acerco más al árbol;
abrazada a su tronco
aproximo los labios
a la corteza húmeda.
Con asombro percibo
que el pino se estremece.[17]

La naturaleza se estremece en el poema. La mirada estremecida se deja caer sobre el poema. Así, en “Recordatorios II” la desaparición de la abuela va a coincidir con el florecer del jazminero. La complicidad es auténtica:

Se fue cuando no estaba. En el patio encalado
anunciaba su flor el jazminero.[18]

También el agua de la fuente, ese “llanto de la piedra”, esa “licuación del aire”, viene a redimir a la poeta del desierto, de una sed innombrable.

En esta tarde cálida de junio
me viene a redimir, la necesito
como la sed de un pájaro,
para vencer un tramo de desierto.[19]

Comunión con la naturaleza, culminación de la vida en todos sus aspectos, redención del alma a través de las líquidas fuentes del poema y la emoción. La poeta busca en la naturaleza, en el poema, en la propia mirada a los confidentes de su verdad, a los compañeros del único viaje posible, a sus cómplices.

“A pesar de las ruinas”, a pesar del mundo, que está mal hecho, que es cruel, el poema se presenta como bálsamo y puede ser un refugio y ser púlpito desde el que denunciar y lamentarse. La poeta se sabe testigo de un mundo que agoniza y se destruye, pero no se deja llevar por la desolación. La gran ciudad nos aniquila; los escenarios urbanos de la megalópolis nos condenan a la deshumanización más tremenda; somos autómatas. A las faldas del Monte Fuji, por ejemplo, los jóvenes se citan con el suicidio colectivo, aquejados de un “oscuro mal de soledad y vacío”[20]. Es infame, sí. Pero la poeta es testigo de toda esa infamia y la lleva al poema para que conste su desagrado. Y son infames las guerras: las guerras perpetuas, oscuramente urdidas, y esa otra guerra española, que en tantas ocasiones acude a su poema y que recobra a los desaparecidos, a quienes sufrieron, a quien padeció los rigores del hambre y la humillación. La guerra es una gran infamia. También lo es el olvido del tercer mundo: la poeta recuerda esa fotografía en la que un buitre acecha a un niño desnutrido.

Sobre la tierra seca se mueve un ser escuálido,
apenas puede andar. El buitre espera.[21]

Dionisia es la mensajera que se entrega con todas sus fuerzas y cae exhausta por traernos la noticia. Nos trae la desvergüenza de un mundo globalmente injusto. Nos trae la delicadeza de la luz sobre las hojas de los árboles. Nos trae la constancia imborrable del recuerdo en el jazminero florecido.

La poeta cumple su palabra. Esta vez nos enseña a leer las señales ya  mirar bien. Tal vez así hallemos la razón jubilosa de la existencia. Tal vez así los días sean un regalo inesperado. Gracias.





[1]              GARCÍA, Dionisia: El engaño de los días. Tusquets Editores. Nuevos textos sagrados. Barcelona. 2006
[2]              “Acontecer”, pág. 111
[3]              GARCÍA, Dionisia: El engaño de los días. Tusquets Editores. Nuevos textos sagrados. Barcelona. 2006.
[4]              “Aún”, op. cit., pág. 45
[5]              “La misma pregunta”. Op. cit., pág. 47
[6]              “Sombra”. Op. cit., pág. 13
[7]              “Aliento”,. Op. cit., pág. 89
[8]              “Vida recobrada”. Op.cit., pág. 83
[9]              “Ante lo inesperado”. Op. cit., pág. 155
[10]            “Sombra”. Op. cit., pág. 14
[11]            “Válida realidad”. Op. cit., pásg. 159.
[12]            “Los huertos”. Op. cit., pág. 131
[13]            “Canto necesario”. Op. cit., pág. 149
[14]            “Renovado encuentro”. Op. cit., pág. 49
[15]            “Regreso”. Op. cit., pág. 97
[16]            Ibidem.
[17]            “De los árboles”. Op. cit., pág. 85
[18]            “Recordatorios, II”. Op. cit., pág. 93
[19]            “Alivio”. Op.cit., pág. 81
[20]            “Venían de la joven edad”. Op. cit., pág. 140
[21]            “Escena premiada”. Op. cit., pág. 143


miércoles, 26 de agosto de 2015

VOLVER A VAVILONIA CON JULIÁN CAÑIZARES



1.       VAVILONIA

Parece que se hayan caído las bes, que las haya limado el desgaste de los tiempos y las ideas hasta esa verticalidad convulsa y virginal de las uves y que las palabras se hayan convertido en valles, en vosques vírgenes, en varvarie. Eso, o que en el corazón del diccionario haya habido una violencia tan grande que los trozos de unas palabras se han metido en el cuerpo de otras y ahí se han quedado ya, en un nuevo lenguaje extremo. En Julián Cañizares todo eso es posible. No solo es posible: es necesario. En su alfarería y en su alquimia hierven las palabras, la inteligencia y la propia idea de poesía. Es su estilo llevar el lenguaje, el suyo, al límite. Lo último que ha salido de su fiereza visionaria es La lealtadmantenimiento, dicho y escrito así, y este es un libro que perdurará.

NACISIENTO

Sólo sí es la palabra y va hacia la palabra.
Sí como término de ficcionarios y sueños,
de estrategias y esquemas sin antágonos.
Sí como representación ilímite del espacio,
de la clave entratoria del mundo duélico.
Sólo sí va hacia la contra y hacia el dolor no,
y se afirmacciona en la belleza de lo ocurriente.
Exhalar las cosas términas, los caídos hóndicos,
los cuáles átonos. Pero sí almacena el óptimo,
acrecienta el lenguaje ir de los días nuevos,
recoge las flores caídas a los pies permanentes.

No en vano, este nuevo poemario viene precedido por una cita rotunda, expeditiva del Ulises de James Joyce: “Sí”. Incisión vital, afirmación poética. No hay más lealtad ni más mandamiento que esa necesidad de decir sí a la escritura total, al vuelco total, al derribo de las conformidades. Yo diría que sí a romper lugares y esquemas, a poner la casa del poema patas arriba. Sí al ilímite. Es esto lo que exige, con toda seguridad, su escritura: “Autorretrato que retrata el lenguaje. Autorretrato que retrata a uno mismo.” Para ello, Julián Cañizares se vale de un lenguaje difícil. En el epílogo a La lealtadmantenimiento lo explica: “El lenguaje difícil muestra el estado de consciencia de la persona que no comprende lo que tiene, por qué lo tiene, qué respira, o qué lucha sufre. (…) El conflicto interior tiene su propio lenguaje, y así se muestra.” Es imposible no acordarse de la entrega radical de la mística o la vanguardia. Pero  no vayamos aún tan lejos.

El muy leal Julián Cañizares Mata (Albacete, 1972) pertenece a esa generación dispar y transitiva de los que empezaron a publicar hacia muy finales del milenio pasado. Entre todos, él habita con voluntad los márgenes y vive en las hendiduras de la poesía y del mundo de la poesía. Lejos y muy cerca, en su Vavilonia privada. En él se cruzan y se mezclan, como veneros feroces y abundantes de lejanas y altas procedencias, los distintos lenguajes de la poesía. Cuando leemos uno de sus libros, asistimos a un  deshielo.

XLI (*)

cogió a Travis y lo colocó sobre una balanza.
Anotó el peso con cuidado. Luego encendió a Travis
y se lo fumó tranquilamente, sin prisa,
con cuidado de ir depositando las cenizas sobre la misma balanza.
Cuando hubo terminado colocó a Travis
junto con esas cenizas y anotó nuevamente el peso. La diferencia
de ambos pesos es el peso del humo.
El único valor de Travis es el peso del humo.
Ese humo que siempre asciende y se pierde y parece que nunca pesa.

(Travis poemas)

Desde su torre –siempre a medio levantar–, divinamente confundida de idiomas y majestuosa en su inconclusión, mira los humeantes dominios de la poesía. En sus poemas y en sus palabras, los destinos del lenguaje son –¡por fin!– la aventura, el tropiezo, el prodigio y la subversión. Libro a libro, se sume en los ámbitos del buceador, en las simas del espeleólogo sin otra luz, sin más lealtad que un lenguaje prístino, recién nacido, adánico –como quiso el Morelli de Rayuela. Sin duda, piensa que todo poema debe entrañar una rebelión y que cada palabra ha de ser siempre la primera palabra. Con toda su humildad fascinante, nos lo explica  y nos explica que después de escribir un poema se siente diferente, ya es otro.  

BOMBÓN

Si yo hubiera nacido hace quinientos años
habría trabajado para el duque de Urbino.
Pero no aprendí perspectiva. Ni insulté
a los caballos más prestigiosos. Ahora me conformo
con esperar a que se acabe el mundo.
Rodeo con mis brazos toda la ternura,
levanto la copa y bebo.
Soy un hazmerreír insensato, lo sé,
pero ayer mismo pude ver a un hombre sin cabeza
y un gato llamado Wilson.
Mis pocos arreglos son exagerados,
cuando espero pacientemente.
Ahora pienso que tenía que haberme enamorado
antes de ser condotiero.
¿Dónde está el duque de Urbino?

(El hombre sin cabeza, el gato Wilson y el condotiero Fajardo)

¿Dónde estará ese duque? ¿Dónde estará Urbino en él? Nosotros, que nos asomamos a sus poemas, miramos desde un vértigo inesperado en la superficie de esas aguas, en su cartografía íntima, y vemos a otro siempre. ¿Cómo no? La poesía es su doble forma de vivir, su poliedro iridiscente, su transformación. La correspondencia arde en el corazón de la imagen. La vida poética explica cómo son las cosas, cómo pudieron ser. Y cada vida tiene un verbo: es un relámpago. La consumación de un instante. La consumación de una tristeza. Su poesía habla del “ya”, aclara, desde una inmediatez y un presente absoluto que le dan a su arte ese aire prometeico, transitorio, absolutamente fruto del instante. Paseamos por un instante por el desierto con Sam Shepard, Maiakovski o Juan de la Cruz, y chascan las botas de cuero sobre el cristal de la arena, sobre el sinuoso silbido de la serpiente. Es solo ese instante que nos convierte en otro, que a él lo revela otro, ese otro rimbaudiano que cruje y es ya otra cosa, con esa naturalidad de lo que no nos pertenece ya. Desde su atalaya ahogada Paul Celan se remueve. César Vallejo explora el interior de la tahona. Joan Brossa inicia un nuevo vuelo de palabras.


2.      LEALTAD

Desde la Vavilonia del lenguaje y las emociones, desde su noble invasión de las fronteras, desde la anexión, Cañizares prefiere, con gran criterio, las obras a los autores. Dice adiós a las idolatrías biográficas, a las pseudobohemias de postal, a la anécdota fútil. Da su clara bienvenida a la razón de ser única del poeta: el poema. En su caso, el poema que se piensa, que se inquiere, que se roza.

RÍOS

En este mundo de rozaduras, se lucen los ríos solos.
Ya no son azules, sino verdes, y rozan el terreno,
que puede ser un valle o una lateral del cielo,
rozando oportunamente porque así se gestiona todo.
En este mundo de rozaduras yo rozo con las manos,
con el bolígrafo. Y rozo cuando me he vuelto serio,
cuando he repudiado el interior de una ventana,
en tanto llueve en alguna parte, o un pájaro come.
Rozo mis pies en la playa y la playa me roza a mí,
y este empate técnico se aparece al mundo exterior.
En este mundo de rozaduras el resto sustituye lo que no ves,
un centro lleno de superficies que pueden ser cosas.
El pájaro que no vuela roza el aire, y el pájaro que vuela
también está rozando el aire con las alas que rozan
al pájaro, que me roza a mí cuando lo contemplo,
y que yo rozo lo que vive junto a mis perfiles.

(El llano en llamas, antología. Fractal 1.0)

Entre sus referentes declarados, Julián prefiere a abridores de vía como Federico García Lorca, John Ashbery, Walace Stevens, Lawrence Ferlinghetti, Alvaro de Campos, Carlos Edmundo de Ory o el indomable Juan García Rodenas, igualmente pánico, rompedor, freak. Recordemos que con Juan participó en Tres tipos con gafas, de la mano editora de Rafa Núñez para Academia de Samotracia. Poetas.

La suya es una obra casi estrictamente poética, jalonada por títulos como Vavilonia, editado por la revista literaria Ayvelar 6, en 1997; Travis poemas, en Diputación de León, en 1999; Los elementos del clima, revista Aventis, en el fastuoso verano de 1999; El hombre sin cabeza, el gato Wilson y el condotiero Fajardo, dentro del libro Tres tipos con gafas, editado por la editorial Academia de Samotracia, en 2001, con Juan García Rodenas y L. E. Cauqui; Sustituir estar, en la prodigiosa DVD, 2009; Lugar y Esquema, para La Isla de Siltolá, 2013. Acaba –hace apenas unos días– de publicar su último poemario, también en La Isla de Siltolá, La lealtadmantenimiento (2015). Solo recordaré que participó en la primera edición de Fractal, que estuvo en la antología Generación fanzine de Arturo Tendero y que nos unieron Los deseos y la gran antología de Miguel Casado, Mar interior.

Julián Cañizares reside en Córdoba desde hace años y ha ido hilvanando una obra poética singular, muy personal al menos, en apariencia al margen del mainstream. Y es un poeta del siglo XXI, fanzinero, curioso, entregado y reservado. Ha dirigido con diligencia, sensatez y riesgo el fanzine Ayvelar. Ha hecho de la poesía experimentación, de su actitud una disposición terrible a épater le bourgeois. Tiene, en definitiva, el encanto de lo verdadero.

Por supuesto, cree en los diversos lenguajes de la poesía, en sus distintas pieles. A esta brillante sucesión de pequeños éxitos lingüísticos y vitales, a sus conquistas y a sus riesgos llegamos hoy. Como él, nosotros creeremos que hay un libro suyo, una palabra suya, esperando al lector a la vuelta de la esquina: este es el gran destino que augura para ambos, lector y libro. Solo hemos de buscarlo en las cercanías de tanta inmensidad.


3.      ENTREVISTA

AGC. Leí Travis Poemas y me quise ir a vivir en ese libro. ¿Quién eras entonces?
J.C.M. Quería escribir. Y quería una expresión solamente mía. Identidad. Centro. Lugar. Quería tener cierto control sobre mis alrededores. Quería tener algo que me hiciera comprender para qué sirve vivir. Y quería algo que me hiciera pasear con la conciencia tranquila. Travis poemas es mi primer libro, con un pensamiento y una emoción recorriendo, por primera vez, todos los poemas. Un primer intento de escribir viviendo.

AGC. ¿De dónde vienes, dónde estás, adónde vas?
J.C.M. Mi poesía es sobre el momento que piensa en el pasado, y el momento que imagina el futuro. Es un pensamiento y luego una emoción. El presente. Responder a esas preguntas significa una respuesta nueva cada poema. O la misma, pero matizada. Lo único seguro es que no las conozco, afortunadamente para mis poemas. El día que las conozca, espero que no llegue, tendré que dejar de escribir.

AGC. ¿Cómo lo haces para publicar en DVD o en La Isla de Siltolá?
J.C.M. Cuando termino un libro, se lo envío a un editor, un editor que me guste por su catálogo, por su forma de entender la edición de poesía. Y tanto Sergio Gaspar, en DVD, como Javier Sánchez Menéndez, en La Isla de Siltolá. han confiado en mis poemas. Asumo y respeto la suerte que he tenido con ellos.

MADRE

Sólo la madre no es sustituible aunque no esté
y los físicos digan que desaparecen las cosas.
No la encontraremos en lo alto de la montaña,
debajo del edificio, en los ojos de un pájaro,
en la copa de los árboles o en los horizontes.
Tal madre se escapa a la física, a la conciencia,
a la patada que dimos al perro con siete años.
La madre no es sustituible porque nos enseñó
que no debíamos cruzar sin mirar. Y miramos
continuamente antes de cruzar el universo.
A derecha e izquierda, como los más negativos.
Sólo la madre no es sustituible, haya vida
donde haya vida, haya aire donde haya aire.
La madre puede estar en muchas fotografías,
pero no se queda en ninguna, porque no entra,
sino que está fuera, contemplando y meciendo.
La madre no es como la línea del horizonte,
que tiene lecturas diferentes, según la lectura.
La madre viaja en dos asientos, uno es tuyo,
el otro suyo, y el viaje no es como lo entendemos.
Es el viaje de la madre, sin opinión de los físicos.
Nunca hemos querido sustituir a la madre,
se ponga como se ponga la máquina más dulce,
el universo más delicado, la sirena más rabiosa.
La madre no es sustituible, y eso es suficiente.

(Sustituir estar)


AGC. ¿Qué es la revolución? ¿Puede ser poética?
J.C.M. Como profesor de Sociales enseño a los alumnos que revolución es todo aquello que cambia la vida del ser humano, que marca un antes y un después en nuestra evolución. Me gusta llevar eso a la poesía, y sí, hay revoluciones. Mi revolución fue leer Poeta en Nueva York, por ejemplo. Cuando escribo quiero pensar en revolución. Me parece un sinónimo de vida. A veces lo consigo, y otras no. Y cuando digo revolución, digo en la Historia de cada uno de nosotros. Mi escritura tiene su propia evolución poética. Algunos libros son “revolucionarios”, y otros son simples continuaciones de libros anteriores, repetición de patrones, modelos, temas. Naturalmente, “revolución” es un punto de partida. Necesito escribir creyendo que estoy haciendo en mi poesía un Neolítico, o una Revolución francesa.

AGC. ¿Cuáles son tus modelos? ¿Qué tipos de escritores prefieres?
J.C.M. Prefiero hablar de libros. Cuando uno lee un libro de poemas, su autor sobra. Es cierto que tengo predilección por la obra de algunos de ellos. Siempre poemas que me sugieran originalidad, lenguaje, pensamiento, identidad poética.

XX (RECUERDOS)

los diarios de Travis han sido encontrados en perfecto estado.
Las letra es clara, sin faltas de ortografía, margen de dos centímetros
a derecha e izquierda. Nadie los ha reclamado,
nadie se ha interesado por ellos. Extraña toda esta incomunicación,
por la tarde y por la mañana, por la noche y por la calle;
ni siquiera están dentro de vitrinas o protegidos por una ley secreta.
No hay oposición alguna y hasta es posible que dejen fotocopiarlos.
Nadie está tan ocupado como para no poder beberse un vaso de agua.
Sin embargo, a pesar del buen estado de los diarios de Travis
nadie ha venido a leerlos; quizá la culpa la tuvo él
por haberlos escrito con buena letra.
Estamos a finales de agosto.

                                                                                              (Travis poemas)

AGC. ¿Crees que hay una estética pop o indie en tus poemas?
J.C.M. Para nada. Tengo un vocabulario muy limitado. Y sobre todo muy común. Apenas utilizo nombres propios. Por eso el pop y el indie no me llaman a la hora de escribir. No me encuentro cómodo con los nombres propios ni con ningún tipo de estética.

SERTE

Respeto mucho la no belleza,
así como su dolor de no besar,
su reestructura de amanecer;
porque podría estar en su crono,
en su fleco de biógrafa curva,
su ridículo inmisterio de no estar.
Transmitir y transomitir,
según el instante verídico,
según la clave intuillorada de sí.
Es clave de aquisentir el gesto,
y bosquear sus praderas,
saber los bloques que flojean
por si, derrumbados, pesan
sobre la realidad biográfica.
Puedo serte, y así se respira.

(La lealtadmantenimiento)

AGC. ¿Crees que se podría hablar de una tendencia pop, urbana o algo así en la poesía española contemporánea?
J.C.M. Puede. Veo que es muy diversa, y ahí entran esas tendencias. Lo normal es que lo pop y lo urbano esté más presente, sencillamente porque es nuestro significante actual.
           
AGC. ¿Córdoba? ¿Albacete?
J.C.M. Es como comparar el día de nacimiento con un día de cumpleaños. Los dos son felices, pero uno es único.

AGC. ¿Qué traen los jóvenes?
J.C.M. Continuación o revolución. Algunos repiten modelos y copian a otros poetas, imitan consciente o inconscientemente. Otros buscan su propia poesía. Y en esa búsqueda añaden frescura, nuevas ideas, caminos por descubrir. Las dos son opciones válidas, depende de lo que busques. No significa tampoco que continuación y revolución sean paralelas, porque no hay que olvidar que todos empezamos imitando. El paso a la identidad es otra etapa, si existe esa otra etapa. Lo mejor de la juventud es la capacidad de sorpresa. En la juventud la sorpresa es más “natural”, más coherente. Y, naturalmente, no hablo de juventud cronológica.










BOSQUE

Raramente me quedo fuera del bosque
cuando quiero entrar en el bosque.
Sustituyo la ausencia y entro por derecho propio.
Fuera del bosque está mi ausencia, pero poco.
Algo queda si pienso en ello. Descanso en un árbol
cuando en el bosque hay árbol, veo al pájaro
cuando en el bosque hay pájaro, toco el río
cuando en el bosque hay río. No siempre hay bosque
en el bosque, pero si decido entrar existe,
con las características que queden o que recuerde.
En la diaria lucha contra el vacío sale esto.
Fuera del bosque hay otros que piensan en mí,
y hay otros bosques, pero yo estoy dentro y soplo.
Como un hilo de humo el bosque no se diluye.
Estoy en lo cierto, estoy en el bosque.
Raramente me quedo fuera del bosque
cuando quiero entrar en el bosque.

(Sustituir estar)


AGC. ¿Qué literatura contemporánea te gusta y por qué?
J.C.M. Cualquiera que me sorprenda, me divierta o me emocione. Últimamente, por ejemplo, “Gordo Juan, tienes una voz de trueno”, “This is your home now”, “Aprendiz”, “Egoclasta”…

AGC. ¿Solo poesía o lo que caiga en tus manos?
J.C.M. Me gusta leer poesía, novela, relato. No tengo preferencias. Sólo tengo una norma: un ruso en verano. 

AGC. ¿Cuándo escribes? ¿Cómo?
J.C.M. Normalmente, escribo los libros en poco más de un mes. Previamente, ha habido mucha anotación de ideas, de palabras, de poética. Luego escribo muchos poemas de una sentada. Y finalmente, cuando siento que no hay nada más, pues reviso, corrijo, selecciono. Hasta dar con el libro definitivo. Mi forma de escribir es más una respuesta a mi necesidad de escritura, esa manera de aprehender el momento. Escribir durante un periodo largo confundiría ese momento.

AGC. Tus libros trazan una geografía propia. ¿Qué tienen en común todos ellos?
J.C.M. Que son mi momento. Como el final de “Los duelistas”. Esos 2’44’’ últimos de la película son el mejor ejemplo de momento poético. Al fin y al cabo, la geografía de cada uno son sus palabras, y los libros no dejan de ser mapas del instante.

AGC. ¿Qué son tus libros? ¿De dónde sacas los títulos: Sustituir estar, Lugar y Esquema?
J.C.M. Mis libros son yo. Y los títulos son como me enseñaron en la escuela: síntesis del contenido. Las palabras que han ido marcando los poemas, que han estado presentes en el tiempo de composición de los poemas.

AGC. ¿Qué te parecen los poetas noctámbulos, los bohemios, los que han hecho de su forma de vivir un poema?
J.C.M. Tienen una forma de entender la emoción de la escritura distinta. Tienen la pasión como adn. Conciben la vida como ese poema que escriben.

AGC. Ética y estética, pedía Jean Paul Sartre. ¿Hacia dónde se inclina la balanza de la poesía hoy? ¿Qué rumbos debería tomar?
J.C.M. Hoy en día la balanza es insuficiente. No tiene dos platillos, sino muchos, y así es imposible que la balanza sea balanza. Afortunadamente. La poesía tiene que coger cualquier rumbo que se descubra. Pero sobre todo un rumbo pensado, libre. Ya no es tiempo de balanzas.

AGC. ¿Para qué valen las antologías? ¿Qué hay de bueno y de malo en los festivales?
J.C.M. A nivel poético, no valen para mucho. Sí a nivel divulgativo, porque dan a conocer. Gracias a ellas yo he descubierto a muchos poetas. Es una buena base de datos, un punto de partido para la investigación de nuevos poemas. Los festivales siempre son útiles, por lo que supone de intercambio de ideas, y porque permiten conocer al poeta, su obra de una manera más directa. Escuchar en directo a José Manuel Martín Portales, por ejemplo, es un privilegio.

AGC. ¿De qué es dueño el poeta? ¿Cuál es el tesoro que busca?
J.C.M. El poeta es dueño de lo que busca en el poema. Y lo que busca es lo de siempre: conocimiento. Y yo. Mucho yo. No como centro del mundo, sino como centro mismo del universo. Al fin y al cabo, somos racionales, no podemos emocionarlo. El poeta simplemente utiliza una forma de expresión, como cualquier otra. No hablo de egocentrismo en el concepto “vanidoso” del término. Hablo de que el poema es el verdadero latido consciente de nuestra idea del todo. El poeta es dueño de ese latido en el momento en que escribe un poema. El poeta trata de conocer el yo, la belleza, la palabra singular, el estado permanente de respirar. Cualquier cosa que lo haga yo.

SALIDA DIRECTA AL PAISAJE QUE IMPORTA

Superior nieve sobre un campo desnudo.
Parado el coche, otra vez un vistazo al paisaje
de los zorros invisibles.
Es posible que estén ahí,
            pero yo no los veo.
Detrás del árbol, quizá detrás del otro árbol.
Un término medio exactamente,
ni dentro del asunto ni encima del suelo,
un término medio
            sonando a potencias y lugares.
¿Qué es aquello que se mueve? ¿Es un zorro?
No. Es la presencia invisible,
            la media aritmética de su latido,
el lugar habitado.
Un zorro que, si estuvo, está,
y el árbol sólo te avisa por si quieres sentirlo.
Ya forma parte del paisaje, y de los cambios.
Yo creo en los lugares
            que me has explicado.
Los zorros no estaban en ti,
pero sí estaban en mí.
Y eso es no cambiar nunca pero cambiando.
Salida directa al lugar que importa.

(Lugar y Esquema)


AGC. ¿Qué pasa en la poesía de Albacete?
J.C.M. Que está de enhorabuena. Hay muchos poetas, muchos registros, muchas ganas de escribir. Y no es un fenómeno de ahora, sino que lleva ya tiempo. Iniciativas como Fractal, en los últimos años, sirven para mostrar esa evidencia. Y años antes las muchas revistas literarias que se editaban en Albacete, y que servían para escribir, hablar de literatura, conocer otras maneras poéticas. Hay mucho trabajo detrás, muchos poemas detrás. Lo que pasa es que ahora es cuando empiezan a aparecer los nombres. Una sencilla cuestión de justicia poética.

AGC. ¿Qué te parece el panorama social y político del país?
J.C.M. Tenemos necesidad de honradez política. Un replanteamiento de algunas instrucciones del juego. Que un montón de malos políticos y malas costumbres nos dejen en paz (y la justicia ajuste cuentas). Que la gestión de la política, de la economía y de la cultura esté en buenos políticos. Nuevos partidos, viejos partidos, y buenos políticos. Ser conscientes de que estamos en otra “transición”, con una importante necesidad de reencontrarnos. Como ciudadanos, y como proyecto de una sociedad leal.
Llega un cambio generacional, que necesita otro modelo político. No en su naturaleza, pero sí en los elementos de esa naturaleza. Palabras como honradez, igualdad o transparencia han que tener una presencia indiscutible, no aproximada. Somos una sociedad en progreso. Y tenemos que seguir creciendo. Este es un buen momento para demostrarlo, y ser leales con la idea de sociedad presente, no pasada.


4.      EPÍLOGO (HACIA DENTRO)


Este es Julián Cañizares. Un tipo jovial hacia dentro, discreto. Explota cuando escribe poemas. Explota cuando habla de poesía. La conversación con él te deja siempre la admirable sensación de estar aprendiendo. Sorprendido en su voz, en su perspectiva de las cosas, te vas a casa y abres un libro de poemas. Te vas después de haber estado con un amigo, sabiendo que las confidencias poéticas son el máximo nivel de lealtad y de inteligencia. En su doble discreción se mueve, y en ello deja entrever a todo un animal creativo. Dará que hablar. Lo tenderemos siempre presente. A su lado, discurrir por el mundo increíble de las palabras es acercarse a lo inexplorado, esperar a mitad del poema o de la tarde un giro brusco de los acontecimientos que –delicadamente– te levanta del suelo y te hace volar.

  
 Andrés García Cerdán