TODAS
LAS NOCHES DEL INCENDIO
CON
ANTONIO AGUILAR
*Notas
para la presentación de La noche del
incendio en POETRY INN ALBACETE.
Librería Popular, 22 de mayo de 2015
Así,
como el que no quiere la cosa, han pasado casi 20 años. Bienvenido, Antonio, de
nuevo, como siempre. Bienvenido porque vienes a traernos el incendio, quizá lo
único importante en esta vida. Como tú decías en una dedicatoria, qué suerte
habernos conocido, la verdad. Qué suerte tan grande arder contigo y con tu
poesía otra vez. Es un orgullo tenerte a nuestro lado hoy, como tantas veces.
Las
batallas que puedo contar esta noche tienen que ver con los años maravillosos del
Campus de la Merced, con El Cafetín Árabe donde fundamos Thader, con aquel
Encuentro de Jóvenes Escritores en el Almudí, con el Aula de Poesía, con el
Ababol de Juan Luis López Precioso, con el CreaJoven de Murcia, con los
Ardentísimas de José María Alvarez, con Expo-Libro y Diego Marín, con La Puerta
Falsa y el Ramón Gaya, con el Oliver Belmás, con los recitales inolvidables de
Claudio Rodríguez, José Agustín Goytisolo, Francisco Brines, José Angel Valente
o José Hierro, que nos dejaron traspasados de mitomanía y de amor por las
palabras. Y mucho mucho más, mon
semblable, mon frère. Por ejemplo, las presentaciones de los amigos, las
decenas de lecturas compartidas, de Javier Marín Ceballos o Javier Orrico, a
J.F. Kosta, Cristina Morano, Alberto Chessa, Diego Sánchez Aguilar, Angel
Paniagua, Antonio Marín Albalate, Javier Moreno o José Daniel Espejo. Y La cabra, y El coloquio
de los perros, y Oh Poetry, y Los deseos, e Isla desnuda, e Ítaca y aquella
traducción en Hiperión de Kavafis. Y, por supuesto, Vicente Cervera y Soren y
Dionisia e Isabelle, infatigables. Y Fractal y El llano en llamas. En fin, ya lo sabes, algo más que nombres,
mucho más que nombres, la profundidad, la vida y la alegría contagiosa de todos
esos nombres y todas las cosas vividas en el nombre de la poesía, con la
intensidad ingenua de la juventud y su arrebato mortal.
Al lado
de todos ellos, brilla con luz propia otro nombre propio: Eloy Sánchez Rosillo.
En su estela, en la admiración profunda por sus obras, sus consejos, su forma
de ser, creo que crecimos todos, con él, hacia él o contra él, pero siempre atentos
siempre a la verdad del poema, su pulcritud, su honestidad vital, sus
intensidades, sus celebraciones, sus elegías. Tú eres una de las personas en
quienes su lección se ha detenido con más fuerza, más brillantez y más sentido.
Que se haya detenido significa que sobre ti parece haber puesto sus manos el
maestro.
No ha
sido en vano todo esto. Vienes hoy, una vez más, a decir con tu voz las cosas
que nos despiertan y nos salvan: la hermosura, la palabra bien dicha, la contemplación
lúcida del mundo, la revelación en silencio del secreto a voces (“Mejor en
silencio/ amor se comunica”, decía Hierro) y el amor, esa forma única de
habitar una casa.
De amor
está hecho este libro. Es la poesía de La
noche del incendio (Huerga y Fierro, 2015) una poesía de pequeños grandes gestos
cotidianos, de delicadas maneras, de placeres que son buganvillas, de pequeñas
fidelidades, de intimidades absolutas.
Has aprendido a perdonar, me dice.
La casa, por ejemplo,
la luz que entra de par en par por las persianas
o que de pronto asalta las habitaciones
como un zurcido en el silencio de la noche.
Cómo la miras, dice,
cómo la rozas con los dedos,
la luz, la casa, la memoria.
En esa materia intangible están escritos estos
poemas: la luz, el roce, la pertenencia, la memoria. Cada poema es un altísimo
sueño recobrado, cumplido. Devanas el ovillo de la música de los días con la
limpieza y la emoción arrebatada del que deja caer humildemente sus ojos y sus
manos sobre la superficie de los grandes descubrimientos de la vida privada. En
Perséfone, nos lo dices:
No siempre conocer fue fácil, fue
por ti por quien mantuve abierta la mitad
de mis ojos –la otra mitad dormida
tal vez con el deseo de encontrarte.
Conocimiento y búsqueda y sensualidad. Este es
el tesoro, el equipaje. Prestas atención al detalle de las arquitecturas
emocionales, al milagro común, a la silueta de la persona que amas y a sus
movimientos, que detienen el tiempo y convierten una mínima acción en un suceso
trascendente, más aún, en un poema. En ti tiene sentido aquello que comparten
Eloy Sánchez Rosillo, Raymond Carver y Antonio Machado: prestar atención. Es un
don, es una revolución. Prestar atención al lenguaje, al hombre, a ti mismo, a
la naturaleza, a la belleza, al tiempo. Ser capaz de oír la música, de atender
a la canción que inconfundiblemente te ronda. En Construir una casa, por
ejemplo, escuchas:
Y de pronto se escucha la canción
como una hoja liviana
que cae desde el centro de la vida.
Por ti hemos odiado todos a ese
cura que recibe un mensaje y mira “la pantalla de su móvil/ mientras recitaba
los Evangelios/ de una memoria aburrida y monótona” en medio del entierro de tu
abuela. Por ti sabemos también un poco más del dolor:
No dijo que el dolor era como un eclipse,
que llega poco a poco,
que lentamente te da su bocado seco,
que luego se aleja dejando un rumor
de hojarasca pisada,
que es áspero como una cicatriz.
El dolor es un incendio también, querido
Antonio, uno de esos incendios de llamas descomunales con las que aprendemos a
convivir.
Y, sin embargo, otro es el incendio que hoy nos
traes y otra la noche: abundancia, desnudez inteligente, sensualidad poética.
En verdad, después de leer tu libro, es luminosa la resaca de tanta intuición, y
parece que sea siempre “Sábado”:
Me he sentado a la mesa
-en la cocina-.
Dejo que pase el tiempo,
que sus migas de pan resbalen por mis dedos
hasta el mantel azul.
Tú no lo sabes, pero te espero.
Paso las páginas de un libro.
Es el amor. Escampa
la luz del sábado por la ventana.
Ahí nos quedamos, en el alféizar, con los ojos
abiertos. Algo ha cambiado, sí, mucho, para bien. Y nos dejas el alma en vilo.
Andrés García Cerdán