sábado, 7 de febrero de 2015

NOTAS SOBRE LA SED. LOS CAMBIOS CLIMÁTICOS DE CRISTINA MORANO



NOTAS SOBRE LA SED
LOS CAMBIOS CLIMÁTICOS DE CRISTINA MORANO

Andrés García Cerdán




LAS PIERNAS DE DAFNE

Atravesé la inundación
con el agua por la cintura
hasta llegar a casa.
El viento había tirado tejas,
cornisas, rótulos de escaparates.
Pegados a mis piernas
aparecieron hojas, tallos, papelitos,
florecillas tardías del otoño;
como si la tormenta hubiera hecho
árboles de mí,
o un dios se olvidara,
a medias, del prodigio.

Atravesará la inundación o el desierto y después pensará ahora qué, de dónde salgo, qué llevo pegado a las piernas, al alma. El lector de Cambio climático de Cristina Morano (Bartleby, 2014) atravesará una autopista cuarteada, cambiará su piel en la lectura. Sentirá al principio cómo se le secan los labios, luego cómo le escuecen los ojos de inclemencia y hermosura. Notará el calor en la yema de los dedos, notará un fuego indeterminado llegándole al centro del pecho. Al fin, este es un libro que habla “de las cosas que nos secan” (<Hotel Suecia>). Sí, nos secan, nos curten, nos abrasan. La lluvia, la inundación, los ríos son prodigios.

“Aquí hasta la memoria
se cura en sal y lentamente
también nosotros nos hacemos
de cecina la carne.
                                       Deberíamos
habernos ido al norte hace ya tiempo,
antes que nuestros huesos blanqueados
en la arena señalen otro
cementerio de saurios sin futuro.”

¿Quién puede acercarse a esta insolación, a este equinoccio de consumaciones poéticas, sin sentir el cuerpo en llamas? Amenaza un monzón universal, un desierto (“Infeliz el que aprende del desierto”) ilimitado, un deshielo repentino. Debemos estar preparados para el cambio de clima, para convertirnos en algo distinto: ocurrirá de la forma más natural, caerá del cielo a plomo, vendrá de las entrañas, nos abordará desde el rotar de las estaciones.
Como el ser poético que vaga por las estancias del libro, el lector se sabe arrojado, poema a poema, a una mudanza. Leemos para sentirnos otros, recién llegados, inmigrantes, nómadas, charnegos.

“Pronto tendré que desmontar mi casa
y hacer con estos libros mis maletas.
Dónde acabaremos esta vez
y a qué nuevos dolores habrá que acostumbrarse.”

El equipaje es piel, tiempo, literatura. Lo único que nos llevamos es Literatura, los libros con su memoria sin piedad, los libros con su incertidumbre y su certeza. Nos movemos, tenemos fiebre, nos arrastra la corriente, el sol amenaza con desasirnos de cualquier realidad: su alucinación es un canto al barro, a la estepa, a la migración.
Cambio climático. Tuaregs por las rutas de la seda y del escorpión, enfrentamos una labor esencial para la supervivencia: descortezarse, des-entenderse. Los lobos esteparios hallan la armonía en una desnudez esencial: “a nadie enorgullece esta armonía/ feroz del desamparo” (<Salida de las oficinas, II>). Nos guardamos de los peligros y la banalidad del mundo: “guárdate de la soledad/ en estos tiempos relumbrantes” (<Agosto>). El mundo es una taza verde en cuyo borde ponemos nuestros labios. Esta taza viaja con nosotros, nos invita a la destilación, a la humedad, al encuentro con lo propio. Esa taza se rompe un día en nuestras manos, a nuestros pies. La vida es un animal desabrido, pero la amamos. Sabe la boca a hundimiento y a rotundidad exultante: “y no puedo decir/ que este sabor no sea incertidumbre" (<La taza verde>).
Cambio climático. Pisamos la tierra inequívoca del héroe que sale de la oficina, de la mujer que mira por el balcón, de quien piensa las manos de sus mayores, del que hace cola en las oficinas del paro, del que entrevé a Paul Celan en los ojos de su nieto, del que bucea en la tormenta que amenaza con poner las cosas en orden, del que espera al técnico informático que podría recuperar la red. La red de sueños.  “Se ha secado la tierra/ pero más nuestros huesos” (<Fiesta>). Con el polvo de estrellas que hemos sido, somos, seremos, se escriben los poemas de Cristina Morano.

UN AÑO SIN LLOVER

                                 Ciudad polvorienta…
Ramón Gaya

Sol siempre ha habido, pero ¿luz?
La luz se ha vuelto polvo;
no canta sobre el día
sino que apaga los cristales
y el brillo de los vértices,
se dobla sobre sí, pesada, torpe.

Todos los animales que pastaban
en las calles han ido ahogándose
de esta luz gris. También nosotros
miramos hacia arriba haciendo cuentas:
–¿Puedes ver algo? –Ni un insecto.

Invierno sin llover:
qué haremos sin tus frutos.


Cristina Morano y Andrés García Cerdán, en Zalacaín.








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