lunes, 28 de diciembre de 2015

LA CIUDADANÍA POÉTICA DE PABLO GARCÍA CASADO


LA CIUDADANÍA POÉTICA DE PABLO GARCÍA CASADO

Hacia García






1.     SOBRE LA PULCRITUD DEL REALISMO SUCIO

No es una paradoja lo que anuncio como punto de partida de estas reflexiones sobre la poesía de Pablo García Casado y su último libro, García. Lo que en la literatura norteamericana y luego en la occidental se llamó “realismo sucio” (cerca del realismo social-existencial, el documento underground, la crónica poética urbana o el naturalismo crítico) atesora algunas de las cualidades que definen un producto literario como pulcro. Los textos de esta tendencia proceden de una singular depuración de las formas, de la reducción a lo esencial de los elementos retóricos del relato o el poema (que suele ser narrativo). Creo que las canciones de Ramones pueden ser un buen correlato musical de lo que intento explicar: una actitud punk, directa, desnuda ante la lengua y el mundo. Esta esenciación deriva en ocasiones en un minimalismo descarnado. No hay lugar para lo espurio o lo superfluo. Se va a la raíz del asunto desde el primer momento y al final no hay una amplia cola delicuescente de pavo real: solo el portazo que sella el poema. A esto hay que añadir la sobriedad, la parquedad, la precisión en el lenguaje. Se diría que el poema realista sucio procede por condensación, como las gotas que corren por las ventanillas del coche en invierno. Esta condensación y la concisión argumental, estructural, lingüística se complementan furtivamente con el sentido extra, imprescindible, que el contexto y el lector aportan con abundancia y complicidad, y que acaba lanzando los textos a una profundidad desconocida y a una rotundidad imparable. Tras leer uno de los cuentos de Raymond Carver, por ejemplo, queda la sensación de que algo se te ha escamoteado, que te lo han dicho entrelíneas, pero que ya lo sabías, por supuesto que lo sabías: estaba dentro de ti antes de empezar a leer. Hay en esa aparente simplicidad mucha fiereza existencial. Despojar al relato o al poema de lo accesorio es reconocer en él una pulsión mucho más fiera, nuclear, la que no necesita palabras de más, la que se basta y se sobra en su intensidad, en su vitalidad para activar un movimiento de conciencia. Así en la poesía de Pablo.


No hay historias más grandes que las pequeñas historias, las pequeñas revelaciones, las mínimas miserias cotidianas, los sucesos casi sin importancia. Estas microrrealidades ordenan un caos de pequeñas decisiones y de pequeñas pérdidas que invocan una lectura total. El protagonista de estos fuegos de vulgaridad, inocencia y anonimato es siempre un hombre de a pie, corriente, donnadie. Con frecuencia este antihéroe arrastra sobre sus pequeñas espaldas el peso de la desgracia, de la soledad, de la incomunicación, de la mala suerte del mundo entero y, también con frecuencia, baña esa obscenidad desoladora en sucios hoteles, en asientos de atrás de coches, en cuerpos y en botellas de no importa qué, sin etiqueta. Hacia las pequeñas desestructuras se dirigen los habitantes de este mundo. Diminutos imanes de desasosiego y destrucción los reclaman para bailar en el magnético círculo de un infierno mínimo, pero universal. Sobre la máquina de escribir vuelan día a día su entusiasmo desencantado o sórdido o luminoso, su pequeño tesoro, su indigencia y su realidad, desde las manos de Bukowski, Richard Ford o García Casado.


EL POEMA DE JANE

él me enseñó a beber a pasar largas temporadas
en la cama a provocar la ira del vecindario a no sentir
en demasiadas cosas ningún tipo de vergüenza

con él también aprendí los gritos el miedo los fracasos
el olor a colonia de otros cuerpos y una frase:
cualquier forma de amor conlleva desperdicio

después de luis no me supo tan amarga la cerveza

(Las afueras, 1997, DVD)


El espejo poético que recoge esta noticia es un espejo hecho añicos, el espejo de la posmodernidad. La microestética, el micromundo, el microrreflejo. Este protagonista mínimo, sin dirección, homeless, es una bacteria que a través del prisma del poema se convierte en protagonista de una enorme tragedia de andar por casa, de un fatal destino asumido, de una secreta inseguridad ciudadana, que se desenlaza en un gesto determinante. No un gran sistema de pensamiento, apenas un gesto vital decisivo. Como en Oscar Wilde, el poeta –y su doble en el poema– es una persona sin importancia, factótum de las desesperaciones y las servidumbres diarias, premio ojo crítico de las decadencias de la civilización y la banalidad de la cultura. Como un chucho callejero vaga por ahí, con el fracaso o el éxito como estilo de vida, muy atento a todo. Y cómo brilla, sin embargo, la vida a sus pies en sus mínimos milagros vulgares.

Contracultura. Documento escrito en las fachadas. Incisiones en la piel de los árboles, en la madera quemada de los sueños. No hay espejo ni catarsis más estremecedores que el muro de ladrillo macizo. Contra él se estampan o hacia él se dirigen, a ciegas, en una carrera desesperada, lejos de la amenaza que tiempla los nervios en acero y que hace del peligro, del filo de la cuchilla, del infarto su terreno de juego. Into the Wild. Against the wall. Punk is not dead. Walk on the Wild Side. Mensajes en botellas rotas. No Future. Su desierto, su gatillazo existencial y su hundimiento se multiplican concéntricamente en el charco de su sangre y este es el gatillazo lamentable de toda una civilización, de todo un estilo de vida.

PROFESIONAL

Llegó puntual a la sala de reuniones. Dibujó una curva descendente e hizo preguntas que nadie pudo responder. Confirmó todos los rumores, los planes para los que no contábamos. Habló muy claro y sin alzar la voz, no se detuvo en las valías personales, no dejó una puerta abierta. Rápido y limpio, mejor así. Teníamos dos horas para recogerlo todo, a la una se incorporaba el nuevo equipo.

(Dinero, DVD, 2007)


Qué sea la felicidad o qué el progreso nadie lo sabe ya. Como en “Un artista del hambre” de Kafka, ni siquiera permanece el recuerdo de esta quimera; antes bien, enredado, desaparecido en las basuras contemporáneas, el futuro no existe, para nada estamos aquí. Resuena en nuestros oídos el rasposo vagabundear de Henry en las novelas de Henry Miller. Tom Waits carraspea a la espera de una señal divina que llegue del radiador. Joey Ramone estrella su esbelta figura de grúa sobre la pared del CBGB. La frialdad civilizada se ha comido los sueños. Muchos de los que emprendieron la carrera del otro océano por la Highway 66, como las golondrinas becquerianas, no volverán. Easy rider. La cabalgada fácil del que no va a ningún lado, su fácil misericordia sin perdón.

Generación de la pérdida. Naturalismo. Documentalismo espiritual servido en frío. Telefilme. Fotograma. Imagen pixelada. No hay academicismo artístico que recoja la deriva fabulosa del ser de nuestro tiempo. Porque no hablamos de arte, hablamos de la escritura como vida no domesticada o de la vida como escritura no domesticada. En realidad, el molde artístico es un artificio, un corsé que constriñe y asfixia la posibilidad de decir. Contra la industrialización del poema, contra la mecanización del proceso productivo del endecasílabo, el verso (o la desaparición del verso) que solo responde a un impulso interior, a un aliento vital, sin cesar bombeando hermosura y desgracia, a raudales, siempre a la altura de ese club de la lucha interior, intelectual y visceral, siempre a la escucha de eso que el alto árbol rilkeano de nuestra intimidad irrevocable va dejando caer en la escritura. Es una frivolidad intentar escribir en endecasílabos perfectos las disfunciones del mundo, el arrebatado desorden de las cosas y los días, su injusticia y su lamento. No se llora en sonetos, no se vomita en espondeos. Cada arcada es única, podríamos decir. También en esto el poeta realista y sucio hace lo mejor, lo único que puede hacer: seguir su instinto, seguir la música y el romper de las ideas. Y eso que oye con frecuencia tiende a la pulcritud de la  psicodelia, a la síncopa, al punk, al slam, al spoken word, a la confesión deslenguada. Por fin, se reconoce en la poesía algo de la lección prístina de la vanguardia: libérate de las ataduras, rómpelas, sé tú mismo, no dejes de ser tú mismo, no atiendas a nada excepto a eso que en ti suena y que es un rumor implacable. Bob Dylan, Neil Young, Lou Reed, Johnny Rotten firmarían esta declaración de no principios. Esto así, el poema será relato, muchas veces relato de la intensidad más ciega, más austral, y no solo recuento de ganancias y pérdidas por esas calles, y en consecuencia adoptará las formas del relato. Y, viceversa, el relato será poema, en frases muy cortas, muy incisivas, muy deshechas, demolición del status de felicidad.
  Estas andanzas del realismo sucio se retraen a los tiempos de O. Henry o el gran John Fante. Esperar a la primavera o preguntarle al polvo con Bandini es una de las experiencias inolvidables de la vida de cualquier lector afortunado. A este club “sucio” pertenecen por méritos propios Bukowski, Richard Ford, Palahniuk o los españoles Karmelo Iribarren y Roger Wolfe, por citar a algunos de los más conocidos, quienes se empeñan en convertirnos en espectadores privilegiados de su leyenda. Hay quien ve a Houllebecq o Beigbeder en estas líneas. Y a Bret Easton y a J. D. Salinger. Y a Edwar Hopper, Lucien Freud y Goya. No es en vano que Manuel Vilas acometa la portada de El hundimiento con “Perro semihundido” del pintor aragonés como ilustración. O lo han filmado autores como Alejandro González Iñárritu, en Birdman. Me dan ganas de decirlo claramente: el realismo sucio lo inventaron el Arcipreste de Hita y Fernando de Rojas. ¿O fue Fernando Pessoa?
Tampoco es anecdótico que casi la única cita que encontramos en la obra de García Casado, recogida en Fuera de campo por Visor, sea de Roger Wolfe. Es mítico este “Mensajes en botellas rotas” (a todos nos dejó con el corazón en un puño, igual que después Arde Babilonia), acompañados por un par de referencias más: a Lou Reed, padrino de la poesía underground, y a Raymond Carver. Estas citas mínimas casi desaparecen totalmente de la escena en los siguientes libros. Apenas Dylan Thomas al inicio de García. Podemos leer esto de una forma clara: los poemas no parten de la literatura, sino casi totalmente de la realidad. De ella son esquejes fecundos, dolorosos a veces, inmediatos. De la realidad proceden y a la realidad van, trazando de nuevo un recorrido de ida y vuelta de antológica pulcritud.


2.     DE LA EDAD DEL AUTOMÓVIL


LA EDAD DEL AUTOMÓVIL (REPRISE)

año dos mil quince la que será tu mujer
despliega los planos del sexto izquierda
número veinte calle poeta jaime gil de biedma

tres dormitorios cocina dos cuartos de baño
estás aquí en el mismo lugar donde siempre
estuviste muy lejos quedan ahora las afueras

y son otros vientres los que buscan su refugio
lejos de aquí del mismo lugar donde hace tiempo
tú también descubriste la edad del automóvil

(Las afueras)

Me gusta que pasen estas cosas. De repente, sin invocarlo, acude a mis manos este poema de Las afueras. Ya entonces, por aquel 1997 glorioso, Pablo García Casado –o ese otro que habita los poemas– lanzaba este cable hacia el futuro. Es 2015 de nuevo, doblemente. Los poemas de aquel libro inicial no solo saltaban por encima del tiempo hasta el nosotros de hoy, con esa sutil e irreprimible nostalgia de futuro: también adoptaban otras voces, se metían en otras pieles. Igualmente, aquel poeta de entonces era ya este poeta futuro. Algo hay en esta coincidencia visionaria de “La edad del automóvil (Reprise)”. Cortázar lo llamaba “intersticialidad”. Aquellas afueras eran ya estas afueras. Nosotros que somos los mismos éramos estos mismos. Creo que ni siquiera entonces éramos los mismos ya. Flash forward que nos lanza desde aquella edad del automóvil a las arenas movedizas de hoy, a García, que nos saca del asiento de atrás del coche para echarnos a las calles de la ciudad como ciudadanos de a pie, dotados de lenguaje. Eso sí, la misma mirada felina, feroz, y el mismo fuego.
Desde luego, se puede trazar una línea imaginaria que vaya desde aquel descampado en llamas hasta ese sexto izquierda de tres habitaciones del poema. Por más que se hayan empeñado los polígonos industriales, las oposiciones, los trazados urbanísticos, sigue el amor amaneciendo en las afueras –esa otra forma de estar dentro– y en las afueras del poema. También las afueras de la falta de humanidad, de la crueldad, de la violencia social, de la brutalidad.

EL BUEN SAMARITANO                   

Como una pretty woman pero sin cuento de hadas. Sin más Richard Gere que esos hombres que pasan, preguntan precio y luego siguen hacia casas de papa hervida, bata sucia, niños disparando. A veces quisiera parar, llevarla a casa, calentar un poco de caldo y dárselo de beber como a mi hija. Acostarla en su cuarto de muñecas. Otros días me detengo, abro la puerta del coche y digo, ven, aquí, ahora.

(García, Visor, 2015)

Sí, la línea que une los extremos es un hilo hecho de zarpazos existenciales, sociales, emocionales, que nos desenmascaran y que nos enfrentan a la imagen horrible de las contradicciones íntimas y los desamparos propios y ajenos. Aunque también, desde esa ternura cervantina, un hilo hecho de amor: amor que atraviesa las palabras, los cuerpos, las personas, las carreteras, la ciudad; un amor que nos invita a gozar de la cara oculta, del secreto, del otro, del hijo. De afueras hablamos, de márgenes. Por esos límites de eso tan importante que queda fuera de campo nos movemos en la obra poética de García Casado. Así, es posible trazar un itinerario de continuidades y rupturas poéticas, de suburbios y avenidas. Ha pasado el tiempo, han pasado algunos libros, han pasado cosas, ha habido viajes de costa a costa, premoniciones de la crisis, nacimientos.

PUZZLE

yo tengo una tristeza se llama desempleo

destruye corazones vacía los depósitos
despunta las flechas de ese arquero que corre por los bosques
y cierra las oficinas postales
yo tengo una tristeza de fábricas en ruina
                                                                                  una tristeza
inútil como un puzzle como un mapa sin norte

(El mapa de América)



3.     EL LENGUAJE


Ha habido muchas cosas. Ha habido lenguaje. Se mantienen indelebles en su púlpito y en su pálpito las palabras que refieren la plenitud, los dones de lo intangible, los placeres y las soledades de la noche, la ferocidad oblicua, la crítica directa al sistema y a sus pobres imposiciones y a su avaricia destructiva. En todo ese maremágnum de la Historia (si es que a esto –como decía Álvarez- podemos llamarlo Historia), el poeta se erige en viajero de un tiempo propio, en sus términos, en sus tempos, en su cadencia. Mareas de ida y de vuelta de la conciencia, del lenguaje, de nuestro tiempo. El breve equipaje de mano al que el poeta atiende, que enarbola, siempre a orillas de la carretera, en el arcén, es la palabra.

LA NAVAJA

las palabras son basura
armas gastadas por el uso inofensivas

como una navaja de papel de aluminio

                                                                                               (Las afueras)

Entre otras cosas, se ha considerado atractiva la poesía de Pablo García Casado por el mundo que refleja –underground, hedonista, de un dolor y un placer cumplidos- y por la voz desde la que construye sus microespacios –serena o visceral, reflexiva o rota, pero confidente–. Lo que une ambos extremos, lo que le da el punto de ebullición perfecto a esa mezcla, es el lenguaje: qué lenguaje utiliza y cómo y qué piensa del lenguaje de la poesía. En su poesía hay un posicionamiento crítico contra el lenguaje impostado y las retóricas de la poesía al uso. Es una moralidad acertada su forma de escribir y en ello pone su empeño. Bien mirado, toda la obra del cordobés es una reflexión en torno a las formas y el sentido de la palabra poética contemporánea, en torno a su verdad. Estereotipos, modos, usos, abusos, filigranas, copias y disfraces reciben la bofetada de su crítica desde el poema mismo, su estructura y su deambular únicos.
Tiene su valor y su importancia este asunto en tanto lo diferencia singularmente de buena parte de la poesía que se ha escrito en estos últimos 20 años. No inventa nada, pero encuentra y atrapa lo que está en el aire desde la intuición. Si se desmarca al principio buceando en los modos del “realismo sucio”, poco a poco se vuelca en el cuidado del poema, convirtiendo cada texto en un artefacto emocional, en prosa o no, pero libre, desde una naturalidad esencial, intenso, lacrado en su redondez. Así, al lirismo excesivo impone la parquedad directa y sugerente. Desdeña el lenguaje que es poético a priori para abastecerse de un lenguaje común, de la calle, intensamente depurado en su normalidad, usado con intención. Al sentimentalismo opone una visión al mismo tiempo incisiva y distante de las cosas. A la subjetividad poética convencional enfrenta una mirada lúcida, intensa, pero distante de aquello otro que también somos. Lo hace apropiándose de un instante, como una take atrapada al vuelo, como una instantánea de la realidad, que no admite florituras ni vértigos abisales. Ni siquiera puntos o comas. Solo precipicios que conducen a uno mismo, pequeñas vidas al límite, en el borde, en flor.

LA PISTOLA
                                               foo fighters

cogí la pistola la introduje dentro de mi boca
coloqué la punta del cañón suavemente en mi garganta
la agarré con fuerza puse el dedo en el gatillo

por un momento me vi a mí misma estaba aquí
en este cuarto de rodillas quitándole las botas

la sonrisa mojada los labios entreabiertos.

(Las afueras)

4.     Lector flasheado in fabula

En verdad, de sus poemas deducimos siempre la importancia del que lee. El que escribe, el sujeto del poema, va dejando huecos en la red en la que el lector queda atrapado y de la que solo se sale recomponiendo el sentido. Los jirones de las velas que impulsan el poema son remendados finalmente por el que está del otro lado de la pantalla. El arte poético de García Casado tiene mucho de elipsis, de sugerencia, de lectura entrelíneas, de conocimientos compartidos, de conversación intuitiva. Es una poética de la mutualidad creativa. Desde la voz corriente habla para el hombre corriente, pero –he aquí la magia- lo hace dueño de un universo original, secreto, y de un lenguaje diáfano y preciso en su descripción de las rebeldías individuales, los desasosiegos y la injusticia. Lo hace en su lenguaje, con una indolencia vibrante que acusa la infamia, el desamparo, la aventura personal, la tristeza o los abusos del poder.
A veces al lector lo llama de tú y lo invoca en imperativos en el poema. Lo hace partícipe y responsable en la contemplación de un mundo que puede haberse derrumbado.

            EL MAPA DE AMÉRICA

perfila con tus dedos la costa del pacífico
siente húmedas las yemas cuando cruces el missouri cuando azoten
las tormentas el golfo de Méjico prueba el acre

sabor de los alcohólicos la nunca bien lavada
taza de las áreas de descanso el marisco podrido de los bares de park avenue entra conmigo
entra en los dorados peep show aspira el perfume
de esas niñas devoradas por el uso

mira la crueldad de los programas concurso mira esos hombres abrigados hasta las mandíbulas
abriéndose paso por los oscuros acantilados de la democracia
escucha el gemir de los aparcamientos subterráneos
el clamor de emisoras que anuncian el diluvio
escucha la lenta salmodia de los únicos supervivientes del apocalipsis

(El mapa de América, DVD 2001)

El lector se siente indefectiblemente aludido por la voz que le habla desde el poema, con la que se identifica o a la que presta atención. El lector se deslumbra ante el fogonazo del flash.
Porque un poema de Pablo García Casado es un flashazo, una viñeta, un fragmento de inmensidad, una revelación descorazonadora, un adagio duro, una pedrada en los cristales. Desde esa ventana indiscreta, apedreada se nos representa el teatro de las tragedias cotidianas, de los sucesos sin importancia, de los pequeños éxitos y las noticias diarias que hacen de cada día un día único, especial, doloroso. En Las afueras y El mapa de América parece que estemos metidos en un coche o en un cuarto. En Dinero salimos del banco donde nos deniegan el préstamo que necesitábamos con desesperación. Parece que a partir de Dinero la mirada se abre más a los otros, a las pérdidas sociales. Deja de mirar las existencias para mirar a la gente, su deambular, sus pasiones, su angustia.

DINERO

No es un ambiguo sentimiento de angustia, es dinero.
                                                          
                                                                       (Dinero, DVD, 2007)

Aunque sigue insistiendo en esa forma de mirar lo que está fuera de campo, como dando voz a lo anónimo, lo desapercibido, lo secreto o lo privado. Este es otro de los rasgos de su poesía: la insistencia en la mirada de lo otro. Y no voy a usar la palabra otredad ni la palabra desdoblamiento: solo diré que enfoca a las gentes, a sus vidas disparatadas, a su sometimiento, a los momentos incendiados, a las pérdidas cotidianas irremediables; lo hace adoptando otras voces, poniéndose en la voz del otro. No siempre es así, claro.


5.     HACIA GARCÍA



Me ha interesado siempre la poesía de Pablo García Casado. Nacimos el mismo año. En 1997 publicamos nuestro primer libro, él Las afueras (DVD), yo Los nombres del enemigo (Universidad de Murcia). Él apostaba por una estética realista, pop, urbana, de pequeños gestos cotidianos que reclamaban una inquietante pero elocuente lectura existencial. Yo me dejé llevar por una poesía de ruptura en la que cabían el grunge, el surrealismo, la reivindicación social, la elegía destrozada. En el caso de Pablo, el dolor, la angustia, los fogonazos de juventud se servían envueltos en un aura de vitalismo inquieto, de tristeza apenas doblegada. Redescubría el realismo para nuestra poesía,  con las  positivas connotaciones de sucio, urbano, contemporáneo, posmoderno.

En realidad, creo que hubo en este momento una reacción amplia entre los jóvenes contra un sistema poético que ya por entonces hacía aguas: la nueva sentimentalidad, la poesía de la experiencia. El arrebato punk, apocalíptico o visionario y la demanda realista, cotidiana, visceral, abandonaban los rumbos trillados de una poesía condescendiente, simple en sus pretensiones de experiencia privada y sin más allá. El resultado de aquellas modas es un montón de libros que ya nadie recuerda, salvo honrosas excepciones. Por entonces, la lectura de Claudio Rodríguez, Valente, Hierro, Gimferrer, Panero, Goytisolo o Juarroz –por hablar de algunos de los nuestros– parecía no existir en su verdad, no tener el verdadero valor profundo que atesora. Los años 90 vieron cómo se repartían unos y otros los despojos del pobre Gil de Biedma, las brasas y los oros de un Francisco Brines leído superficialmente, las telarañas agónicas del gran Luis Cernuda y, por supuesto, los púlpitos en sucesivas antologías generacionales. Para nada. Eso, más la emulación desvergonzada de la poesía de García Montero, que triunfó con Diario cómplice y, años más tarde, con Habitaciones separadas, sembraron el camino de intentos descafeinados, cadáveres poéticos, libros consabidos.

Lo que ocurría entonces ocurre también hoy: todo el mundo escribe el mismo poema. Una y otra vez. Se juega a repetir, desde el mismo lenguaje, la misma cantinela. Hoy cambio el nombre de la ciudad, el nombre de la cafetería donde nos dábamos besos, el nombre del libro que fue tan inspirador, la nostalgia de no se sabe muy bien qué, quizá en otra lengua, y la elegía leopardiana –¡pobre Giacomo!– del que es, en realidad, funcionario. Muchas palabras, pero muy poco lenguaje, como apuntaba Tomas Tranströmer. Lo peor del mundo: funcionarios de la poesía. Pablo parece ser consciente de estas limitaciones y dice evitar su propia retórica. Escribir un poema es reinventarse, decirse de otra forma.
La publicación de aquel primer libro de García Casado, Las afueras, abrió una brecha en el gran circo. No era el único, ni el primero, pero en él se redescubría una nueva forma de hacer poesía, desenfada, real, muy cercana, sutil, no pretenciosa, desmarcada de las grandes corrientes pseudoelegíacas o de mucha experiencia sentimental. García Casado, al menos, se miraba en otros modelos estéticos: Carver, Hopper, Lou Reed, buscando “vida más allá de los Pirineos”, y se decantaba por un lenguaje que hizo propio, a veces desde la disolución del yo en otras modulaciones poéticas, despegándose de sí mismo. Oh Sweet Jane. Después el cordobés ha sembrado tres buenos títulos más, con tranquilidad y sosiego, buscando los otros caminos. El mapa de América (2001) postula el deje rutero de la beat generation, del dirty realism, de la contracultura pop americana, muy de película de Sam Shepard o de los hermanos Cohen, siempre a la busca del viaje con o sin retorno, warholiano, basquiático. Dinero (2007) bucea en las soledades, las humillaciones y las penurias contemporáneas, en el reguero de sangre que deja el capitalismo caníbal entre nosotros, y en la alienación, en la falta de espíritu y de libertad. Muy interesante Dinero, otro libro imprescindible. En una evolución natural de las formas, en este libro García Casado apostaba ya por la prosa poética, por el poema en prosa, mejor dicho, huyendo del algoritmo versal, aplaudiendo la disolución de géneros y fronteras. Además, la voz poética había de ser cada vez más cercana al lector y a la realidad, y más amplia en su óptica. Gran angular. La magia poética quedaba en las intensidades, en la sensibilidad y la inteligencia crítica que recogen un fracaso social, un hundimiento privado, una perspectiva diferente de los objetos, una falta de esperanza, un amor derrumbado, un hallazgo vital, una insurgencia en el caos de la masa.
En García (2015), la forma del poema en prosa sigue las líneas anteriores, sin rupturas, con evolución, y se declara, casi desde el primer poema, civil. Parece, sin embargo, que no haya querido seguir haciendo leña del árbol caído, poniendo el dedo en las llagas, cebarse en las desgracias de toda una generación y un país. Aunque es difícil abstraerse de la que está cayendo, García Casado adopta esta vez, sin embargo, un tono más civil, crítico y constructivo.

E

Ser español sin estridencias. Amar la lengua, no usarla como arma arrojadiza. Entender los afectos como algo personal e intransferible. Y la puerta siempre abierta, o al menos entornada. Sanidad, educación, servicios públicos: eso es la patria. Y pagar impuestos. Y vivir y dejar vivir.

Este podría parecer un camino peligroso para la poesía, dada la mojigatería y el esnobismo de la crítica. Con frecuencia se ha considerado como de menor valor la poesía de denuncia social, el documento realista. La “generación de la berza” decían algunos sobre la poesía realista de los 50. Hay que decir que esta mirada de la realidad de García Casado es una forma de conocimiento, un conocimiento haciéndose ante nuestros ojos. Sobre ese vértigo de la intimidad y la ciudadanía pasa García Casado, funambulista, con seguridad. El poema es testimonio de los paisajes interiores y también de una quiebra social, desde una forma sobria, aparentemente neutral. A  veces los asuntos son políticos o tienen la economía como trasfondo. Otras veces se habla de la voracidad contemporánea:

DEVORADORES

Hemos empezado a devorarnos. A dentelladas, como peces hambrientos. Nadie trabaja por nadie, nadie trabaja ya para el equipo. Ya no somos una familia, hemos agotado el campo de las expectativas. Sólo sabemos lo que ya no seremos. Y que no habrá sitio para todos.

Y,  muy cerca en el libro, con énfasis trufado de fiebre, amor y ternura, habla de los hijos:

AMOR

En qué sueñan ahora mientras duermen. Adónde van sus temores si no conocen el óxido. Qué piensan cuando nos miran desde los pies de la cama, como un espectro, esperando el abrazo en el frío de la noche. Qué esperan de nosotros.

Desde luego conserva la intensidad en lo que dice, sea cual sea el dominio de la realidad al que se incline.

Z

Hoy que has firmado todos los decretos. Hoy que la angustia inunda las ciudades y se instala en los dormitorios. Que cambiamos los rótulos de oferta por saldo, y éstos por se vende. Hoy que todo cotiza a la baja: los índices bursátiles, el empleo, los corazones.

El poeta se siente viviendo en sociedad, y se siente responsable, partícipe. La crítica, lacónica, se deja caer sobre la página, dejando paso a un “vosotros sabréis” irónico que apunta a futilidades, insignificancias, vagos malestares o dejadeces sociales. Esta onda de poesía civil, ciudadana, comprometida nos muestra al ciudadano García quizá algo desleído poéticamente con respecto al ímpetu y la premura lírica de sus otros libros. Eso solo es lo que parece: en realidad, persigue algo así. Es un rumor sordo lo que pone en juego ante nuestros ojos. Y se aprecia esa intención “moral” en su nueva poesía. Sobre todo en el uso del lenguaje con que se expresa. Se despoja de adjetivos, se queda en las ramas sustantivas del suceso. Cámara objetiva, descarnada, enarbolada desde la pobreza de medios, desde el ahorro expresivo. García Casado habla en algún sitio de “emoción objetiva”, de no acudir a estructuras dramáticas. Así lo pone en práctica. El hallazgo lingüístico, la imagen, se transmutan en mensaje aleccionador o visión social muy aguda, servida cruda.
Muy lejos quedan las intenciones épicas de los Cantos de Ezra Pound o los Poemas humanos de César Vallejo o las Residencias nerudianas. Aquel largo aliento se convierte en García en una propuesta modesta, casi doméstica, de mínimas reivindicaciones (importantes), de retratos a quemarropa de la normalidad, la simplicidad, la vulgaridad, la cotidianidad. Ha descendido tanto a la causa política, social que parecería que se desdibuja y que poéticamente te deje con ganas de más. 

RIO

Un kia rio por la avenida. Un hombre conduce un kia rio, matrícula de Córdoba, letra AV. El volante ajado por el uso, un kia rio color verdeoliva, modelo 1999. Hermano del kia suma que anunciaba Antonio Resines, ese actor que tantas veces fue este hombre, un hombre normal, un hombre que conduce un kia rio.

Y, sin embargo, su propuesta poética sigue siendo coherente, muy honesta; sigue explorando con destreza de cirujano un territorio propio, nunca hollado de esta forma en nuestra poesía. Puede ser su libro una oda a las cosas cercanas e importantes, la pareja, los hijos, por ejemplo, que con su presencia nos anuncian y en su presencia nos hacen existir. Relato de la actualidad, que puede ser anodina, ramplona, parásita y cruel. Informe de los miedos y las certezas personales: “Yo también tengo miedo. Por eso sigo leyendo, uno a uno, mis poemas (LECTURA CON ESCOLARES)”. Intuición –genealógica– de la preocupación por el futuro que legamos a los hijos:

GARCÍA

Tres vocales, tres consonantes. Un apellido en un mar de estadística, vaciado por el uso y las generaciones. La única certeza que dejaré a mis hijos. Un documento sin título.

Otra vez, aullido de asco ante el mal y ante la maldad de un hombre que puede llegar a los extremos de la crueldad con los suyos. Canción para las palabras que flamean como una bandera privada, de un país único. Denuncia de la frialdad de los devaneos políticos y sus hipocresías:

BASES

Hay carteles de pasados comicios, eslóganes que amarillean, fotos firmadas de rostros que nadie reconoce.

La devastación, el vacío, la infamia social y la soledad amarga de la vida en crisis también están en García. En esto acierta de pleno. El poema es un fragmento de realidad, no necesariamente poética. El poema de hoy debe estar anclado a la realidad. Ese pulso entre realidad y lenguaje es la levadura, el fermento del texto poético. El poema puede ser la misma mirada del poema sobre las cosas. Una lectura constante de la vida. Eso es. Y también las pequeñas injusticias que nos arrollan y nos convierten en seres solitarios, casi dejados a nuestra suerte por las instituciones o los poderes, sin mapas, condenados a rodar en el vacío de las calles vacías.

6.     ENTREVISTA




Andrés García Cerdán. Pablo, vuelves a la carga con García, un libro impregnado de reflexiones familiares, sociales, cívicas, políticas. ¿Qué impulso se mueve esta vez en tus poemas? ¿Por qué este libro, en este tono, con estas intenciones?

Pablo García Casado. No lo tengo muy claro. Supongo que obedece a un momento de madurez, de aceptación del entorno, en el que comprendes que la identidad no es algo compacto y unitario, sino que se diluye y expande hacia los que te trajeron y hacia los que vendrán. La consciencia de ser hijo y la de ser padre, con todo lo que eso comporta. Pero, junto a eso, es también la conciencia de ciudadano, que mira sin ingenuidad su entorno, en ese pacto crítico con la sociedad en la que está inmersa.

A.G.C. ¿Qué significa escribir poesía hoy? ¿Para qué escribes? ¿Para quién?
P.G.C. Escribir es una anomalía, porque lo natural es leer. Uno necesita escribir esos poemas que querría leer. Escribo para nombrar un punto de vista, y lo hago para mí mismo y para que cualquiera pueda habitarlos.

A.G.C.            Ernesto Sábato hablaba de poetas iluminados y artesanos. ¿Dónde estás tú?
 P.G.C. En los artesanos, por supuesto.

A.G.C. ¿Un poema es un “ser vivo”?
 P.G.C. Es un organismo con vida propia, que escapa a mi experiencia, y que significa lejos de mí e incluso a pesar de mí.

A.G.C. ¿Qué tiene que decirle el poema al mundo, al hombre, a la sociedad?
P.G.C. Ser esa mirada oblicua de la realidad. Una luz que alumbra regiones oscuras. La luz de la emoción que también es una forma de conocimiento.

A.G.C.   ¿Cómo construyes un libro? ¿Es algo más que un conjunto de poemas?
P.G.C. Supongo que pieza a pieza. Voy escribiendo individualmente, pero las revisiones las hago en conjunto.

A.G.C.  Se descubre, a través de tus libros, una clara evolución de tu poesía y de la idea de poesía. ¿De dónde vienes? ¿Hacia dónde vas?
P.G.C. Vengo de un discurso realista, posmoderno, que bebe de muchas fuentes. Sobre esto, algunos críticos como Vicente Luis Mora tienen una idea más certera y exacta. Hoy por hoy, no tengo un horizonte claro.

 A.G.C. Escribir un poema es posicionarse ante el hombre y el lenguaje. ¿Cómo ocurre esto en tu caso?
P.G.C. No tengo una respuesta clara al respecto.

A.G.C.  Un poema es algo más que un puñado de palabras bien escritas. Da la sensación de que muchas veces es más lo que no dices, lo que evitas. ¿Qué te sobra en la poesía cuando escribes? ¿Y en la que lees?
P.G.C. Creo que el poema está precisamente en lo que no se nombra. Aquello que queda más allá de las palabras.
En la poesía que escribo intento desprenderme de mi propia retórica, y en la que leo me pone furioso el abuso verborreico, la falsificación sentimental y la lírica de baja intensidad.

A.G.C. Las afueras no son solo el extrarradio de las ciudades. Las afueras es algo más. ¿Qué?
P.G.C. No tengo muy clara esa respuesta. Supongo que al escribir el libro perseguía algo que ahora no recuerdo o no me reconozco. El libro ha crecido solo y se ha llenado de significado, que hoy por hoy se escapa a mi conocimiento. En cualquier caso, supongo que es estar al otro lado, buscar otros perfiles de las cosas.

A.G.C.  Este primer libro tuyo se ha convertido en el tiempo en un libro talismán, símbolo, generacional. ¿Por qué crees que ocurrió esto?
P.G.C. Tuvo mucho de casual, pero también de empeño personal de Sergio Gaspar. Creo que el libro vino a ocupar un lugar en una cierta crisis en el modelo de poesía realista. Yo aporté unas posibilidades, otros escritores otras distintas. Fue un buen momento para la poesía y creo que aún vivimos esa efervescencia. 

A.G.C. ¿El mapa de América? ¿Una familia desestructurada? ¿Las contradicciones de la civilización occidental?
P.G.C. Un sujeto en fuga, periférico, que duda entre huir o volver. Y también late la posibilidad de empezar de nuevo.

A.G.C. En Dinero pusiste el dedo en las llagas contemporáneas más acuciantes. Entrabas de lleno en una atmósfera poética de corte social, existencial también. ¿Cómo?
P.G.C. Es un contexto que no era nuevo para mí, pero es cierto que bajé a la arena de una realidad dura como era la española ya en 2005 y 2006, que vivía en la constante culpa de la pobreza. Dicen que fue un libro premonitorio, aunque yo prefiero pensar que anoté una realidad ya latente. La de un país que nunca fue rico, porque simplemente vivía de prestado.

A.G.C. ¿Cuáles son los autores que prefieres? ¿Dónde has bebido? ¿Qué poetas te interesan?
P.G.C. Muchos y muy variados, aunque si hay un poeta que marcó para siempre mi poesía ese es Fernando Pessoa. Pero no sólo poesía. Películas, novelas, pintura, publicidad... El alimento de un poeta actual proviene de muchas fuentes.

A.G.C.  Estás en todas las antologías que recogen la poesía española de finales del siglo XX y principios del XXI. ¿Qué valor les concedes?
P.G.C. Es verdad, no sé si todas, pero sí en muchas. Y la verdad es que los antológos han sido muy diversos y defendían tesis estéticas en ocasiones contrapuestas. Para mi poesía ha sido importante, porque me ha ayudado a ser leído. Pero no hay que dramatizar ni llevarlo todo al maximalismo. Las antologías son un síntoma, y ni estar te da la gloria, ni dejar de estar es enterrarte.

A.G.C. ¿Qué piensas de la poesía que llaman “joven”? ¿Qué traen los autores “emergentes”?
P.G.C. Yo "era" un poeta joven, por lo que he sentido el calor de las expectativas. Yo creo mucho en la poesía más joven, especialmente porque han podido acceder muy pronto a la lectura de autores que yo tardé 10 o 15 años; y lo mismo vale para el cine, las series, etc. Su acceso a la cultura es mucho mejor que el nuestro, y eso, sembrado con talento, ofrece la mayor de las esperanzas.

A.G.C. Reivindicas una poesía en que el yo se disuelva en otras voces y una poesía en que se disuelvan los límites genéricos. ¿Qué clase de naturalidad es esta?
P.G.C. No es naturalidad. Yo parto del artificio, verosímil, pero artificio. Hacer realismo no es hacer confesionalismo.

A.G.C.  Escribir un buen poema no significa escribirlo muy bien. Hay algo más, ¿no? ¿Cómo llamas eso extra, vertebral, que alimenta el poema y lo cuadra? ¿Atmósfera, tono, escucha, sugerencia, aplomo?
P.G.C. No lo sé. Si fuera algo tangible lo envasarían y lo venderían en El Corte Inglés.

A.G.C.   ¿Qué se le debe exigir a un poema?
P.G.C. Qué emocione. Que alumbre regiones oscuras. Que ahonde en la superficie de las cosas. Que sea completamente imprescindible.

A.G.C.  ¿Qué se le debe pedir al lector?
P.G.C. Nada. El lector es el jefe de todo esto.



7.     EPÍLOGO (SOBRE LO INTANGIBLE)


Han pasado unos días desde que hablamos. O unos años. Ya no sé muy bien. Esta tarde he estado en El Corte Inglés. Les he preguntado por eso intangible de lo que habla Pablo, que alienta en la poesía, eso que vibra ahí, del lado del poema, y que no sabemos muy bien qué es, pero que como un rumor de fondo sacude las palabras, los sentimientos, la mirada y la vuelca sobre nosotros con agilidad de fiera salvaje, de leopardo indescriptible. Lo intangible, lo que no se puede apresar, lo que no se aprehende ni se describe. Y pienso que es esa una de las razones por las que escribimos, por las que leemos. Que respondemos a su llamada. Que obedecemos a esa fiebre interna, a ese fuego secreto, a ese hacerse distinto a todo, que hacen de este un oficio secreto y una pasión desmesurada. Una necesidad. El muchacho que me atendía ante la caja ha mirado hacia su izquierda en dirección al segurata. Me ha dicho que de eso no tenían, pero que le dejara consultarlo en la base de datos del ordenador central. No, no tenemos, me ha dicho, ni en el centro de Albacete ni en otros centros de España. Le he dicho que era solo una broma, pero él, entre sí, se estaba diciendo que no, que aquello no había sido –desde luego– ninguna broma. Luego he salido a la calle y la lengua última de la tarde sorbía el cielo sobre los plátanos y las acacias de Avenida de España.




Andrés García Cerdán


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