LA
CIUDADANÍA POÉTICA DE PABLO GARCÍA CASADO
Hacia García
1.
SOBRE
LA PULCRITUD DEL REALISMO SUCIO
No es una paradoja lo que anuncio como
punto de partida de estas reflexiones sobre la poesía de Pablo García Casado y
su último libro, García. Lo que en la
literatura norteamericana y luego en la occidental se llamó “realismo sucio” (cerca
del realismo social-existencial, el documento underground, la crónica poética
urbana o el naturalismo crítico) atesora algunas de las cualidades que definen
un producto literario como pulcro. Los textos de esta tendencia proceden de una singular depuración de las formas, de la
reducción a lo esencial de los elementos retóricos del relato o el poema (que
suele ser narrativo). Creo que las canciones de Ramones pueden ser un buen
correlato musical de lo que intento explicar: una actitud punk, directa, desnuda ante la lengua y el mundo. Esta esenciación
deriva en ocasiones en un minimalismo descarnado. No hay lugar para lo espurio
o lo superfluo. Se va a la raíz del asunto desde el primer momento y al final
no hay una amplia cola delicuescente de pavo real: solo el portazo que sella el
poema. A esto hay que añadir la sobriedad, la parquedad, la precisión en el
lenguaje. Se diría que el poema realista sucio procede por condensación, como
las gotas que corren por las ventanillas del coche en invierno. Esta
condensación y la concisión argumental, estructural, lingüística se
complementan furtivamente con el sentido extra, imprescindible, que el contexto
y el lector aportan con abundancia y complicidad, y que acaba lanzando los
textos a una profundidad desconocida y a una rotundidad imparable. Tras leer
uno de los cuentos de Raymond Carver, por ejemplo, queda la sensación de que
algo se te ha escamoteado, que te lo han dicho entrelíneas, pero que ya lo
sabías, por supuesto que lo sabías: estaba dentro de ti antes de empezar a
leer. Hay en esa aparente simplicidad mucha fiereza existencial. Despojar al
relato o al poema de lo accesorio es reconocer en él una pulsión mucho más
fiera, nuclear, la que no necesita palabras de más, la que se basta y se sobra
en su intensidad, en su vitalidad para activar un movimiento de conciencia. Así
en la poesía de Pablo.
No hay historias más grandes que las
pequeñas historias, las pequeñas revelaciones, las mínimas miserias cotidianas,
los sucesos casi sin importancia. Estas microrrealidades ordenan un caos de
pequeñas decisiones y de pequeñas pérdidas que invocan una lectura total. El
protagonista de estos fuegos de vulgaridad, inocencia y anonimato es siempre un
hombre de a pie, corriente, donnadie. Con frecuencia este antihéroe arrastra
sobre sus pequeñas espaldas el peso de la desgracia, de la soledad, de la
incomunicación, de la mala suerte del mundo entero y, también con frecuencia,
baña esa obscenidad desoladora en sucios hoteles, en asientos de atrás de
coches, en cuerpos y en botellas de no importa qué, sin etiqueta. Hacia las
pequeñas desestructuras se dirigen los habitantes de este mundo. Diminutos
imanes de desasosiego y destrucción los reclaman para bailar en el magnético
círculo de un infierno mínimo, pero universal. Sobre la máquina de escribir
vuelan día a día su entusiasmo desencantado o sórdido o luminoso, su pequeño
tesoro, su indigencia y su realidad, desde las manos de Bukowski, Richard Ford
o García Casado.
EL POEMA DE JANE
él me enseñó a beber a pasar largas
temporadas
en la cama a provocar la ira del
vecindario a no sentir
en demasiadas cosas ningún tipo de
vergüenza
con él también aprendí los gritos el
miedo los fracasos
el olor a colonia de otros cuerpos y
una frase:
cualquier forma de amor conlleva
desperdicio
después de luis no me supo tan amarga
la cerveza
(Las afueras, 1997, DVD)
El espejo poético que recoge esta
noticia es un espejo hecho añicos, el espejo de la posmodernidad. La
microestética, el micromundo, el microrreflejo. Este protagonista mínimo, sin
dirección, homeless, es una bacteria
que a través del prisma del poema se convierte en protagonista de una enorme
tragedia de andar por casa, de un fatal destino asumido, de una secreta inseguridad
ciudadana, que se desenlaza en un gesto determinante. No un gran sistema de
pensamiento, apenas un gesto vital decisivo. Como en Oscar Wilde, el poeta –y su
doble en el poema– es una persona sin importancia, factótum de las
desesperaciones y las servidumbres diarias, premio ojo crítico de las decadencias
de la civilización y la banalidad de la cultura. Como un chucho callejero vaga
por ahí, con el fracaso o el éxito como estilo de vida, muy atento a todo. Y
cómo brilla, sin embargo, la vida a sus pies en sus mínimos milagros vulgares.
Contracultura. Documento escrito en las
fachadas. Incisiones en la piel de los árboles, en la madera quemada de los
sueños. No hay espejo ni catarsis más estremecedores que el muro de ladrillo
macizo. Contra él se estampan o hacia él se dirigen, a ciegas, en una carrera
desesperada, lejos de la amenaza que tiempla los nervios en acero y que hace
del peligro, del filo de la cuchilla, del infarto su terreno de juego. Into the Wild.
Against the wall. Punk is not dead. Walk
on the Wild Side. Mensajes en botellas rotas. No Future. Su desierto, su
gatillazo existencial y su hundimiento se multiplican concéntricamente en el
charco de su sangre y este es el gatillazo lamentable de toda una civilización,
de todo un estilo de vida.
PROFESIONAL
Llegó puntual a la sala de reuniones.
Dibujó una curva descendente e hizo preguntas que nadie pudo responder.
Confirmó todos los rumores, los planes para los que no contábamos. Habló muy
claro y sin alzar la voz, no se detuvo en las valías personales, no dejó una
puerta abierta. Rápido y limpio, mejor así. Teníamos dos horas para recogerlo
todo, a la una se incorporaba el nuevo equipo.
(Dinero, DVD,
2007)
Qué sea la felicidad o qué el progreso
nadie lo sabe ya. Como en “Un artista del hambre” de Kafka, ni siquiera
permanece el recuerdo de esta quimera; antes bien, enredado, desaparecido en
las basuras contemporáneas, el futuro no existe, para nada estamos aquí.
Resuena en nuestros oídos el rasposo vagabundear de Henry en las novelas de
Henry Miller. Tom Waits carraspea a la espera de una señal divina que llegue
del radiador. Joey Ramone estrella su esbelta figura de grúa sobre la pared del
CBGB. La frialdad civilizada se ha comido los sueños. Muchos de los que
emprendieron la carrera del otro océano por la Highway 66, como las golondrinas
becquerianas, no volverán. Easy rider. La cabalgada fácil del que no va a
ningún lado, su fácil misericordia sin perdón.
Generación de la pérdida. Naturalismo.
Documentalismo espiritual servido en frío. Telefilme. Fotograma. Imagen
pixelada. No hay academicismo artístico que recoja la deriva fabulosa del ser
de nuestro tiempo. Porque no hablamos de arte, hablamos de la escritura como
vida no domesticada o de la vida como escritura no domesticada. En realidad, el
molde artístico es un artificio, un corsé que constriñe y asfixia la
posibilidad de decir. Contra la industrialización del poema, contra la
mecanización del proceso productivo del endecasílabo, el verso (o la desaparición
del verso) que solo responde a un impulso interior, a un aliento vital, sin
cesar bombeando hermosura y desgracia, a raudales, siempre a la altura de ese
club de la lucha interior, intelectual y visceral, siempre a la escucha de eso
que el alto árbol rilkeano de nuestra intimidad irrevocable va dejando caer en
la escritura. Es una frivolidad intentar escribir en endecasílabos perfectos
las disfunciones del mundo, el arrebatado desorden de las cosas y los días, su
injusticia y su lamento. No se llora en sonetos, no se vomita en espondeos.
Cada arcada es única, podríamos decir. También en esto el poeta realista y
sucio hace lo mejor, lo único que puede hacer: seguir su instinto, seguir la
música y el romper de las ideas. Y eso que oye con frecuencia tiende a la
pulcritud de la psicodelia, a la
síncopa, al punk, al slam, al spoken word, a la confesión deslenguada. Por fin, se reconoce en la
poesía algo de la lección prístina de la vanguardia: libérate de las ataduras,
rómpelas, sé tú mismo, no dejes de ser tú mismo, no atiendas a nada excepto a
eso que en ti suena y que es un rumor implacable. Bob Dylan, Neil Young, Lou
Reed, Johnny Rotten firmarían esta declaración de no principios. Esto así, el
poema será relato, muchas veces relato de la intensidad más ciega, más austral,
y no solo recuento de ganancias y pérdidas por esas calles, y en consecuencia
adoptará las formas del relato. Y, viceversa, el relato será poema, en frases
muy cortas, muy incisivas, muy deshechas, demolición del status de felicidad.
Estas andanzas del realismo sucio se retraen a
los tiempos de O. Henry o el gran John Fante. Esperar a la primavera o
preguntarle al polvo con Bandini es una de las experiencias inolvidables de la
vida de cualquier lector afortunado. A este club “sucio” pertenecen por méritos
propios Bukowski, Richard Ford, Palahniuk o los españoles Karmelo Iribarren y
Roger Wolfe, por citar a algunos de los más conocidos, quienes se empeñan en
convertirnos en espectadores privilegiados de su leyenda. Hay quien ve a Houllebecq
o Beigbeder en estas líneas. Y a Bret Easton y a J. D. Salinger. Y a Edwar
Hopper, Lucien Freud y Goya. No es en vano que Manuel Vilas acometa la portada
de El hundimiento con “Perro
semihundido” del pintor aragonés como ilustración. O lo han filmado autores
como Alejandro González Iñárritu, en Birdman.
Me dan ganas de decirlo claramente: el realismo sucio lo inventaron el
Arcipreste de Hita y Fernando de Rojas. ¿O fue Fernando Pessoa?
Tampoco es anecdótico que casi la única
cita que encontramos en la obra de García Casado, recogida en Fuera de campo por Visor, sea de Roger
Wolfe. Es mítico este “Mensajes en botellas rotas” (a todos nos dejó con el
corazón en un puño, igual que después Arde
Babilonia), acompañados por un par de referencias más: a Lou Reed, padrino
de la poesía underground, y a Raymond Carver. Estas citas mínimas casi
desaparecen totalmente de la escena en los siguientes libros. Apenas Dylan
Thomas al inicio de García. Podemos
leer esto de una forma clara: los poemas no parten de la literatura, sino casi
totalmente de la realidad. De ella son esquejes fecundos, dolorosos a veces,
inmediatos. De la realidad proceden y a la realidad van, trazando de nuevo un
recorrido de ida y vuelta de antológica pulcritud.
2.
DE
LA EDAD DEL AUTOMÓVIL
LA
EDAD DEL AUTOMÓVIL (REPRISE)
año
dos mil quince la que será tu mujer
despliega
los planos del sexto izquierda
número
veinte calle poeta jaime gil de biedma
tres
dormitorios cocina dos cuartos de baño
estás
aquí en el mismo lugar donde siempre
estuviste
muy lejos quedan ahora las afueras
y
son otros vientres los que buscan su refugio
lejos
de aquí del mismo lugar donde hace tiempo
tú
también descubriste la edad del automóvil
(Las afueras)
Me
gusta que pasen estas cosas. De repente, sin invocarlo, acude a mis manos este
poema de Las afueras. Ya entonces,
por aquel 1997 glorioso, Pablo García Casado –o ese otro que habita los poemas–
lanzaba este cable hacia el futuro. Es 2015 de nuevo, doblemente. Los poemas de
aquel libro inicial no solo saltaban por encima del tiempo hasta el nosotros de
hoy, con esa sutil e irreprimible nostalgia de futuro: también adoptaban otras
voces, se metían en otras pieles. Igualmente, aquel poeta de entonces era ya
este poeta futuro. Algo hay en esta coincidencia visionaria de “La edad del
automóvil (Reprise)”. Cortázar lo llamaba “intersticialidad”. Aquellas afueras eran
ya estas afueras. Nosotros que somos los mismos éramos estos mismos. Creo que
ni siquiera entonces éramos los mismos ya. Flash
forward que nos lanza desde aquella edad del automóvil a las arenas
movedizas de hoy, a García, que nos
saca del asiento de atrás del coche para echarnos a las calles de la ciudad
como ciudadanos de a pie, dotados de lenguaje. Eso sí, la misma mirada felina, feroz,
y el mismo fuego.
Desde
luego, se puede trazar una línea imaginaria que vaya desde aquel descampado en
llamas hasta ese sexto izquierda de tres habitaciones del poema. Por más que se
hayan empeñado los polígonos industriales, las oposiciones, los trazados
urbanísticos, sigue el amor amaneciendo en las afueras –esa otra forma de estar
dentro– y en las afueras del poema. También las afueras de la falta de
humanidad, de la crueldad, de la violencia social, de la brutalidad.
EL
BUEN SAMARITANO
Como
una pretty woman pero sin cuento de hadas. Sin más Richard Gere que esos
hombres que pasan, preguntan precio y luego siguen hacia casas de papa hervida,
bata sucia, niños disparando. A veces quisiera parar, llevarla a casa, calentar
un poco de caldo y dárselo de beber como a mi hija. Acostarla en su cuarto de
muñecas. Otros días me detengo, abro la puerta del coche y digo, ven, aquí, ahora.
(García, Visor, 2015)
Sí,
la línea que une los extremos es un hilo hecho de zarpazos existenciales,
sociales, emocionales, que nos desenmascaran y que nos enfrentan a la imagen
horrible de las contradicciones íntimas y los desamparos propios y ajenos.
Aunque también, desde esa ternura cervantina, un hilo hecho de amor: amor que
atraviesa las palabras, los cuerpos, las personas, las carreteras, la ciudad;
un amor que nos invita a gozar de la cara oculta, del secreto, del otro, del
hijo. De afueras hablamos, de márgenes. Por esos límites de eso tan importante que
queda fuera de campo nos movemos en la obra poética de García Casado. Así, es
posible trazar un itinerario de continuidades y rupturas poéticas, de suburbios
y avenidas. Ha pasado el tiempo, han pasado algunos libros, han pasado cosas,
ha habido viajes de costa a costa, premoniciones de la crisis, nacimientos.
PUZZLE
yo
tengo una tristeza se llama desempleo
destruye
corazones vacía los depósitos
despunta
las flechas de ese arquero que corre por los bosques
y
cierra las oficinas postales
yo
tengo una tristeza de fábricas en ruina
una
tristeza
inútil
como un puzzle como un mapa sin norte
(El mapa de América)
3.
EL
LENGUAJE
Ha
habido muchas cosas. Ha habido lenguaje. Se mantienen indelebles en su púlpito y
en su pálpito las palabras que refieren la plenitud, los dones de lo
intangible, los placeres y las soledades de la noche, la ferocidad oblicua, la
crítica directa al sistema y a sus pobres imposiciones y a su avaricia
destructiva. En todo ese maremágnum de la Historia (si es que a esto –como
decía Álvarez- podemos llamarlo Historia), el poeta se erige en viajero de un
tiempo propio, en sus términos, en sus tempos, en su cadencia. Mareas de ida y
de vuelta de la conciencia, del lenguaje, de nuestro tiempo. El breve equipaje
de mano al que el poeta atiende, que enarbola, siempre a orillas de la
carretera, en el arcén, es la palabra.
LA
NAVAJA
las
palabras son basura
armas
gastadas por el uso inofensivas
como
una navaja de papel de aluminio
(Las afueras)
Entre
otras cosas, se ha considerado atractiva la poesía de Pablo García Casado por
el mundo que refleja –underground,
hedonista, de un dolor y un placer cumplidos- y por la voz desde la que construye
sus microespacios –serena o visceral, reflexiva o rota, pero confidente–. Lo
que une ambos extremos, lo que le da el punto de ebullición perfecto a esa
mezcla, es el lenguaje: qué lenguaje utiliza y cómo y qué piensa del lenguaje
de la poesía. En su poesía hay un posicionamiento crítico contra el lenguaje
impostado y las retóricas de la poesía al uso. Es una moralidad acertada su
forma de escribir y en ello pone su empeño. Bien mirado, toda la obra del
cordobés es una reflexión en torno a las formas y el sentido de la palabra
poética contemporánea, en torno a su verdad. Estereotipos, modos, usos, abusos,
filigranas, copias y disfraces reciben la bofetada de su crítica desde el poema
mismo, su estructura y su deambular únicos.
Tiene
su valor y su importancia este asunto en tanto lo diferencia singularmente de
buena parte de la poesía que se ha escrito en estos últimos 20 años. No inventa
nada, pero encuentra y atrapa lo que está en el aire desde la intuición. Si se
desmarca al principio buceando en los modos del “realismo sucio”, poco a poco
se vuelca en el cuidado del poema, convirtiendo cada texto en un artefacto emocional,
en prosa o no, pero libre, desde una naturalidad esencial, intenso, lacrado en
su redondez. Así, al lirismo excesivo impone la parquedad directa y sugerente.
Desdeña el lenguaje que es poético a
priori para abastecerse de un lenguaje común, de la calle, intensamente
depurado en su normalidad, usado con intención. Al sentimentalismo opone una
visión al mismo tiempo incisiva y distante de las cosas. A la subjetividad
poética convencional enfrenta una mirada lúcida, intensa, pero distante de
aquello otro que también somos. Lo hace apropiándose de un instante, como una take atrapada al vuelo, como una
instantánea de la realidad, que no admite florituras ni vértigos abisales. Ni
siquiera puntos o comas. Solo precipicios que conducen a uno mismo, pequeñas
vidas al límite, en el borde, en flor.
LA
PISTOLA
foo
fighters
cogí
la pistola la introduje dentro de mi boca
coloqué
la punta del cañón suavemente en mi garganta
la
agarré con fuerza puse el dedo en el gatillo
por
un momento me vi a mí misma estaba aquí
en
este cuarto de rodillas quitándole las botas
la
sonrisa mojada los labios entreabiertos.
(Las afueras)
4.
Lector flasheado in fabula
En
verdad, de sus poemas deducimos siempre la importancia del que lee. El que
escribe, el sujeto del poema, va dejando huecos en la red en la que el lector queda
atrapado y de la que solo se sale recomponiendo el sentido. Los jirones de las
velas que impulsan el poema son remendados finalmente por el que está del otro
lado de la pantalla. El arte poético de García Casado tiene mucho de elipsis,
de sugerencia, de lectura entrelíneas, de conocimientos compartidos, de
conversación intuitiva. Es una poética de la mutualidad creativa. Desde la voz corriente habla para el hombre corriente, pero –he aquí la magia- lo
hace dueño de un universo original, secreto, y de un lenguaje diáfano y preciso
en su descripción de las rebeldías individuales, los desasosiegos y la
injusticia. Lo hace en su lenguaje, con una indolencia vibrante que acusa la infamia,
el desamparo, la aventura personal, la tristeza o los abusos del poder.
A
veces al lector lo llama de tú y lo invoca en imperativos en el poema. Lo hace
partícipe y responsable en la contemplación de un mundo que puede haberse
derrumbado.
EL MAPA DE AMÉRICA
perfila
con tus dedos la costa del pacífico
siente
húmedas las yemas cuando cruces el missouri cuando azoten
las
tormentas el golfo de Méjico prueba el acre
sabor
de los alcohólicos la nunca bien lavada
taza
de las áreas de descanso el marisco podrido de los bares de park avenue entra
conmigo
entra
en los dorados peep show aspira el perfume
de
esas niñas devoradas por el uso
mira
la crueldad de los programas concurso mira esos hombres abrigados hasta las
mandíbulas
abriéndose
paso por los oscuros acantilados de la democracia
escucha
el gemir de los aparcamientos subterráneos
el
clamor de emisoras que anuncian el diluvio
escucha
la lenta salmodia de los únicos supervivientes del apocalipsis
(El mapa de América, DVD 2001)
El
lector se siente indefectiblemente aludido por la voz que le habla desde el
poema, con la que se identifica o a la que presta atención. El lector se
deslumbra ante el fogonazo del flash.
Porque
un poema de Pablo García Casado es un flashazo, una viñeta, un fragmento de
inmensidad, una revelación descorazonadora, un adagio duro, una pedrada en los
cristales. Desde esa ventana indiscreta, apedreada se nos representa el teatro
de las tragedias cotidianas, de los sucesos sin importancia, de los pequeños
éxitos y las noticias diarias que hacen de cada día un día único, especial,
doloroso. En Las afueras y El mapa de América parece que estemos
metidos en un coche o en un cuarto. En Dinero
salimos del banco donde nos deniegan el préstamo que necesitábamos con
desesperación. Parece que a partir de Dinero
la mirada se abre más a los otros, a las pérdidas sociales. Deja de mirar las
existencias para mirar a la gente, su deambular, sus pasiones, su angustia.
DINERO
No
es un ambiguo sentimiento de angustia, es dinero.
(Dinero, DVD, 2007)
Aunque
sigue insistiendo en esa forma de mirar lo que está fuera de campo, como dando voz
a lo anónimo, lo desapercibido, lo secreto o lo privado. Este es otro de los
rasgos de su poesía: la insistencia en la mirada de lo otro. Y no voy a usar la
palabra otredad ni la palabra desdoblamiento: solo diré que enfoca a las
gentes, a sus vidas disparatadas, a su sometimiento, a los momentos
incendiados, a las pérdidas cotidianas irremediables; lo hace adoptando otras
voces, poniéndose en la voz del otro. No siempre es así, claro.
5.
HACIA
GARCÍA
Me
ha interesado siempre la poesía de Pablo García Casado. Nacimos el mismo año.
En 1997 publicamos nuestro primer libro, él Las
afueras (DVD), yo Los nombres del
enemigo (Universidad de Murcia). Él apostaba por una estética realista,
pop, urbana, de pequeños gestos cotidianos que reclamaban una inquietante pero
elocuente lectura existencial. Yo me dejé llevar por una poesía de ruptura en
la que cabían el grunge, el surrealismo, la reivindicación social,
la elegía destrozada. En el caso de Pablo, el dolor, la angustia, los fogonazos
de juventud se servían envueltos en un aura de vitalismo inquieto, de tristeza apenas
doblegada. Redescubría el realismo para nuestra poesía, con las positivas connotaciones de sucio, urbano,
contemporáneo, posmoderno.
En
realidad, creo que hubo en este momento una reacción amplia entre los jóvenes contra
un sistema poético que ya por entonces hacía aguas: la nueva sentimentalidad,
la poesía de la experiencia. El arrebato punk, apocalíptico o visionario y la
demanda realista, cotidiana, visceral, abandonaban los rumbos trillados de una
poesía condescendiente, simple en sus pretensiones de experiencia privada y sin
más allá. El resultado de aquellas modas es un montón de libros que ya nadie
recuerda, salvo honrosas excepciones. Por entonces, la lectura de Claudio
Rodríguez, Valente, Hierro, Gimferrer, Panero, Goytisolo o Juarroz –por hablar
de algunos de los nuestros– parecía no existir en su verdad, no tener el
verdadero valor profundo que atesora. Los años 90 vieron cómo se repartían unos
y otros los despojos del pobre Gil de Biedma, las brasas y los oros de un Francisco
Brines leído superficialmente, las telarañas agónicas del gran Luis Cernuda y,
por supuesto, los púlpitos en sucesivas antologías generacionales. Para nada.
Eso, más la emulación desvergonzada de la poesía de García Montero, que triunfó
con Diario cómplice y, años más
tarde, con Habitaciones separadas,
sembraron el camino de intentos descafeinados, cadáveres poéticos, libros
consabidos.
Lo
que ocurría entonces ocurre también hoy: todo el mundo escribe el mismo poema.
Una y otra vez. Se juega a repetir, desde el mismo lenguaje, la misma
cantinela. Hoy cambio el nombre de la ciudad, el nombre de la cafetería donde
nos dábamos besos, el nombre del libro que fue tan inspirador, la nostalgia de
no se sabe muy bien qué, quizá en otra lengua, y la elegía leopardiana –¡pobre
Giacomo!– del que es, en realidad, funcionario. Muchas palabras, pero muy poco
lenguaje, como apuntaba Tomas Tranströmer. Lo peor del mundo: funcionarios de
la poesía. Pablo parece ser consciente de estas limitaciones y dice evitar su
propia retórica. Escribir un poema es reinventarse, decirse de otra forma.
La
publicación de aquel primer libro de García Casado, Las afueras, abrió una brecha en el gran circo. No era el único, ni
el primero, pero en él se redescubría una nueva forma de hacer poesía,
desenfada, real, muy cercana, sutil, no pretenciosa, desmarcada de las grandes
corrientes pseudoelegíacas o de mucha experiencia sentimental. García Casado,
al menos, se miraba en otros modelos estéticos: Carver, Hopper, Lou Reed,
buscando “vida más allá de los Pirineos”, y se decantaba por un lenguaje que
hizo propio, a veces desde la disolución del yo en otras modulaciones poéticas,
despegándose de sí mismo. Oh Sweet Jane. Después el cordobés ha sembrado tres
buenos títulos más, con tranquilidad y sosiego, buscando los otros caminos. El mapa de América (2001) postula el
deje rutero de la beat generation,
del dirty realism, de la
contracultura pop americana, muy de película de Sam Shepard o de los hermanos
Cohen, siempre a la busca del viaje con o sin retorno, warholiano, basquiático.
Dinero (2007) bucea en las soledades,
las humillaciones y las penurias contemporáneas, en el reguero de sangre que
deja el capitalismo caníbal entre nosotros, y en la alienación, en la falta de
espíritu y de libertad. Muy interesante Dinero,
otro libro imprescindible. En una evolución natural de las formas, en este
libro García Casado apostaba ya por la prosa poética, por el poema en prosa,
mejor dicho, huyendo del algoritmo versal, aplaudiendo la disolución de géneros
y fronteras. Además, la voz poética había de ser cada vez más cercana al lector
y a la realidad, y más amplia en su óptica. Gran angular. La magia poética
quedaba en las intensidades, en la sensibilidad y la inteligencia crítica que
recogen un fracaso social, un hundimiento privado, una perspectiva diferente de
los objetos, una falta de esperanza, un amor derrumbado, un hallazgo vital, una
insurgencia en el caos de la masa.
En García (2015),
la forma del poema en prosa sigue las líneas anteriores, sin rupturas, con
evolución, y se declara, casi desde el primer poema, civil. Parece, sin
embargo, que no haya querido seguir haciendo leña del árbol caído, poniendo el
dedo en las llagas, cebarse en las desgracias de toda una generación y un país.
Aunque es difícil abstraerse de la que está cayendo, García Casado adopta esta
vez, sin embargo, un tono más civil, crítico y constructivo.
E
Ser
español sin estridencias. Amar la
lengua, no usarla como arma arrojadiza. Entender los afectos como algo personal
e intransferible. Y la puerta siempre abierta, o al menos entornada. Sanidad,
educación, servicios públicos: eso es la patria. Y pagar impuestos. Y vivir y
dejar vivir.
Este
podría parecer un camino peligroso para la poesía, dada la mojigatería y el
esnobismo de la crítica. Con frecuencia se ha considerado como de menor valor
la poesía de denuncia social, el documento realista. La “generación de la berza”
decían algunos sobre la poesía realista de los 50. Hay que decir que esta mirada
de la realidad de García Casado es una forma de conocimiento, un conocimiento
haciéndose ante nuestros ojos. Sobre ese vértigo de la intimidad y la
ciudadanía pasa García Casado, funambulista, con seguridad. El poema es
testimonio de los paisajes interiores y también de una quiebra social, desde
una forma sobria, aparentemente neutral. A
veces los asuntos son políticos o tienen la economía como trasfondo.
Otras veces se habla de la voracidad contemporánea:
DEVORADORES
Hemos
empezado a devorarnos. A dentelladas, como peces hambrientos. Nadie trabaja por
nadie, nadie trabaja ya para el
equipo. Ya no somos una familia, hemos agotado el campo de las expectativas.
Sólo sabemos lo que ya no seremos. Y que no habrá sitio para todos.
Y, muy cerca en el libro, con énfasis trufado de
fiebre, amor y ternura, habla de los hijos:
AMOR
En
qué sueñan ahora mientras duermen. Adónde van sus temores si no conocen el
óxido. Qué piensan cuando nos miran desde los pies de la cama, como un
espectro, esperando el abrazo en el frío de la noche. Qué esperan de nosotros.
Desde
luego conserva la intensidad en lo que dice, sea cual sea el dominio de la
realidad al que se incline.
Z
Hoy
que has firmado todos los decretos. Hoy que la angustia inunda las ciudades y
se instala en los dormitorios. Que cambiamos los rótulos de oferta por saldo, y éstos por se vende.
Hoy que todo cotiza a la baja: los índices bursátiles, el empleo, los
corazones.
El
poeta se siente viviendo en sociedad, y se siente responsable, partícipe. La crítica,
lacónica, se deja caer sobre la página, dejando paso a un “vosotros sabréis”
irónico que apunta a futilidades, insignificancias, vagos malestares o
dejadeces sociales. Esta onda de poesía civil, ciudadana, comprometida nos muestra al ciudadano García quizá algo desleído
poéticamente con respecto al ímpetu y la premura lírica de sus otros libros.
Eso solo es lo que parece: en realidad, persigue algo así. Es un rumor sordo lo
que pone en juego ante nuestros ojos. Y se aprecia esa intención “moral” en su
nueva poesía. Sobre todo en el uso del lenguaje con que se expresa. Se despoja
de adjetivos, se queda en las ramas sustantivas del suceso. Cámara objetiva,
descarnada, enarbolada desde la pobreza de medios, desde el ahorro expresivo.
García Casado habla en algún sitio de “emoción objetiva”, de no acudir a
estructuras dramáticas. Así lo pone en práctica. El hallazgo lingüístico, la
imagen, se transmutan en mensaje aleccionador o visión social muy aguda,
servida cruda.
Muy
lejos quedan las intenciones épicas de los Cantos
de Ezra Pound o los Poemas humanos de
César Vallejo o las Residencias
nerudianas. Aquel largo aliento se convierte en García en una propuesta modesta, casi doméstica, de mínimas
reivindicaciones (importantes), de retratos a quemarropa de la normalidad, la
simplicidad, la vulgaridad, la cotidianidad. Ha descendido tanto a la causa
política, social que parecería que se desdibuja y que poéticamente te
deje con ganas de más.
RIO
Un
kia rio por la avenida. Un hombre conduce un kia rio, matrícula de Córdoba,
letra AV. El volante ajado por el uso, un kia rio color verdeoliva, modelo
1999. Hermano del kia suma que
anunciaba Antonio Resines, ese actor que tantas veces fue este hombre, un
hombre normal, un hombre que conduce
un kia rio.
Y,
sin embargo, su propuesta poética sigue siendo coherente, muy honesta; sigue
explorando con destreza de cirujano un territorio propio, nunca hollado de esta
forma en nuestra poesía. Puede ser su libro una oda a las cosas cercanas e
importantes, la pareja, los hijos, por ejemplo, que con su presencia nos
anuncian y en su presencia nos hacen existir. Relato de la actualidad, que
puede ser anodina, ramplona, parásita y cruel. Informe de los miedos y las
certezas personales: “Yo también tengo miedo. Por eso sigo leyendo, uno a uno,
mis poemas (LECTURA CON ESCOLARES)”. Intuición –genealógica– de la preocupación
por el futuro que legamos a los hijos:
GARCÍA
Tres
vocales, tres consonantes. Un apellido en un mar de estadística, vaciado por el
uso y las generaciones. La única certeza que dejaré a mis hijos. Un documento
sin título.
Otra
vez, aullido de asco ante el mal y ante la maldad de un hombre que puede llegar
a los extremos de la crueldad con los suyos. Canción para las palabras que
flamean como una bandera privada, de un país único. Denuncia de la frialdad de
los devaneos políticos y sus hipocresías:
BASES
Hay
carteles de pasados comicios, eslóganes que amarillean, fotos firmadas de rostros
que nadie reconoce.
La
devastación, el vacío, la infamia social y la soledad amarga de la vida en crisis también están en García. En esto acierta de pleno. El
poema es un fragmento de realidad, no necesariamente poética. El poema de hoy
debe estar anclado a la realidad. Ese pulso entre realidad y lenguaje es la
levadura, el fermento del texto poético. El poema puede ser la misma mirada del
poema sobre las cosas. Una lectura constante de la vida. Eso es. Y también las
pequeñas injusticias que nos arrollan y nos convierten en seres solitarios,
casi dejados a nuestra suerte por las instituciones o los poderes, sin mapas,
condenados a rodar en el vacío de las calles vacías.
6.
ENTREVISTA
Andrés García Cerdán. Pablo, vuelves a la carga con García, un libro impregnado de
reflexiones familiares, sociales, cívicas, políticas. ¿Qué impulso se mueve
esta vez en tus poemas? ¿Por qué este libro, en este tono, con estas
intenciones?
Pablo García Casado. No lo tengo muy claro. Supongo que
obedece a un momento de madurez, de aceptación del entorno, en el que
comprendes que la identidad no es algo compacto y unitario, sino que se diluye
y expande hacia los que te trajeron y hacia los que vendrán. La consciencia de
ser hijo y la de ser padre, con todo lo que eso comporta. Pero, junto a eso, es
también la conciencia de ciudadano, que mira sin ingenuidad su entorno, en ese
pacto crítico con la sociedad en la que está inmersa.
A.G.C.
¿Qué significa escribir poesía hoy? ¿Para qué escribes? ¿Para quién?
P.G.C.
Escribir es una anomalía, porque lo natural es leer. Uno necesita escribir esos
poemas que querría leer. Escribo para nombrar un punto de vista, y lo hago para
mí mismo y para que cualquiera pueda habitarlos.
A.G.C. Ernesto Sábato hablaba de poetas
iluminados y artesanos. ¿Dónde estás tú?
P.G.C. En los artesanos, por supuesto.
A.G.C.
¿Un poema es un “ser vivo”?
P.G.C. Es un organismo con vida propia, que
escapa a mi experiencia, y que significa lejos de mí e incluso a pesar de mí.
A.G.C.
¿Qué tiene que decirle el poema al mundo, al hombre, a la sociedad?
P.G.C.
Ser esa mirada oblicua de la realidad. Una luz que alumbra regiones oscuras. La
luz de la emoción que también es una forma de conocimiento.
A.G.C. ¿Cómo
construyes un libro? ¿Es algo más que un conjunto de poemas?
P.G.C.
Supongo que pieza a pieza. Voy escribiendo individualmente, pero las revisiones
las hago en conjunto.
A.G.C. Se descubre, a través de tus libros, una
clara evolución de tu poesía y de la idea de poesía. ¿De dónde vienes? ¿Hacia
dónde vas?
P.G.C.
Vengo de un discurso realista, posmoderno, que bebe de muchas fuentes. Sobre
esto, algunos críticos como Vicente Luis Mora tienen una idea más certera y
exacta. Hoy por hoy, no tengo un horizonte claro.
A.G.C. Escribir un poema es posicionarse ante
el hombre y el lenguaje. ¿Cómo ocurre esto en tu caso?
P.G.C.
No tengo una respuesta clara al respecto.
A.G.C. Un poema es algo más que un puñado de
palabras bien escritas. Da la sensación de que muchas veces es más lo que no
dices, lo que evitas. ¿Qué te sobra en la poesía cuando escribes? ¿Y en la que
lees?
P.G.C.
Creo que el poema está precisamente en lo que no se nombra. Aquello que queda
más allá de las palabras.
En
la poesía que escribo intento desprenderme de mi propia retórica, y en la que
leo me pone furioso el abuso verborreico, la falsificación sentimental y la
lírica de baja intensidad.
A.G.C.
Las afueras no son solo el
extrarradio de las ciudades. Las afueras
es algo más. ¿Qué?
P.G.C.
No tengo muy clara esa respuesta. Supongo que al escribir el libro perseguía
algo que ahora no recuerdo o no me reconozco. El libro ha crecido solo y se ha
llenado de significado, que hoy por hoy se escapa a mi conocimiento. En
cualquier caso, supongo que es estar al otro lado, buscar otros perfiles de las
cosas.
A.G.C. Este primer libro tuyo se ha convertido en el
tiempo en un libro talismán, símbolo, generacional. ¿Por qué crees que ocurrió
esto?
P.G.C.
Tuvo mucho de casual, pero también de empeño personal de Sergio Gaspar. Creo
que el libro vino a ocupar un lugar en una cierta crisis en el modelo de poesía
realista. Yo aporté unas posibilidades, otros escritores otras distintas. Fue
un buen momento para la poesía y creo que aún vivimos esa efervescencia.
A.G.C.
¿El mapa de América? ¿Una familia
desestructurada? ¿Las contradicciones de la civilización occidental?
P.G.C.
Un sujeto en fuga, periférico, que duda entre huir o volver. Y también late la
posibilidad de empezar de nuevo.
A.G.C.
En Dinero pusiste el dedo en las
llagas contemporáneas más acuciantes. Entrabas de lleno en una atmósfera
poética de corte social, existencial también. ¿Cómo?
P.G.C.
Es un contexto que no era nuevo para mí, pero es cierto que bajé a la arena de
una realidad dura como era la española ya en 2005 y 2006, que vivía en la
constante culpa de la pobreza. Dicen que fue un libro premonitorio, aunque yo
prefiero pensar que anoté una realidad ya latente. La de un país que nunca fue
rico, porque simplemente vivía de prestado.
A.G.C.
¿Cuáles son los autores que prefieres? ¿Dónde has bebido? ¿Qué poetas te
interesan?
P.G.C.
Muchos y muy variados, aunque si hay un poeta que marcó para siempre mi poesía
ese es Fernando Pessoa. Pero no sólo poesía. Películas, novelas, pintura,
publicidad... El alimento de un poeta actual proviene de muchas fuentes.
A.G.C. Estás en todas las antologías que recogen la
poesía española de finales del siglo XX y principios del XXI. ¿Qué valor les
concedes?
P.G.C.
Es verdad, no sé si todas, pero sí en muchas. Y la verdad es que los antológos
han sido muy diversos y defendían tesis estéticas en ocasiones contrapuestas.
Para mi poesía ha sido importante, porque me ha ayudado a ser leído. Pero no
hay que dramatizar ni llevarlo todo al maximalismo. Las antologías son un
síntoma, y ni estar te da la gloria, ni dejar de estar es enterrarte.
A.G.C.
¿Qué piensas de la poesía que llaman “joven”? ¿Qué traen los autores
“emergentes”?
P.G.C.
Yo "era" un poeta joven, por lo que he sentido el calor de las
expectativas. Yo creo mucho en la poesía más joven, especialmente porque han
podido acceder muy pronto a la lectura de autores que yo tardé 10 o 15 años; y
lo mismo vale para el cine, las series, etc. Su acceso a la cultura es mucho
mejor que el nuestro, y eso, sembrado con talento, ofrece la mayor de las
esperanzas.
A.G.C.
Reivindicas una poesía en que el yo se disuelva en otras voces y una poesía en
que se disuelvan los límites genéricos. ¿Qué clase de naturalidad es esta?
P.G.C.
No es naturalidad. Yo parto del artificio, verosímil, pero artificio. Hacer
realismo no es hacer confesionalismo.
A.G.C.
Escribir un buen poema no significa escribirlo
muy bien. Hay algo más, ¿no? ¿Cómo llamas eso extra, vertebral, que alimenta el
poema y lo cuadra? ¿Atmósfera, tono, escucha, sugerencia, aplomo?
P.G.C.
No lo sé. Si fuera algo tangible lo envasarían y lo venderían en El Corte
Inglés.
A.G.C.
¿Qué se le debe exigir a un poema?
P.G.C.
Qué emocione. Que alumbre regiones oscuras. Que ahonde en la superficie de las
cosas. Que sea completamente imprescindible.
A.G.C.
¿Qué se le debe pedir al lector?
P.G.C.
Nada. El lector es el jefe de todo esto.
7.
EPÍLOGO (SOBRE LO INTANGIBLE)
Han
pasado unos días desde que hablamos. O unos años. Ya no sé muy bien. Esta tarde
he estado en El Corte Inglés. Les he preguntado por eso intangible de lo que
habla Pablo, que alienta en la poesía, eso que vibra ahí, del lado del poema, y
que no sabemos muy bien qué es, pero que como un rumor de fondo sacude las
palabras, los sentimientos, la mirada y la vuelca sobre nosotros con agilidad
de fiera salvaje, de leopardo indescriptible. Lo intangible, lo que no se puede
apresar, lo que no se aprehende ni se describe. Y pienso que es esa una de las
razones por las que escribimos, por las que leemos. Que respondemos a su
llamada. Que obedecemos a esa fiebre interna, a ese fuego secreto, a ese hacerse distinto a todo, que hacen de
este un oficio secreto y una pasión desmesurada. Una necesidad. El muchacho que
me atendía ante la caja ha mirado hacia su izquierda en dirección al segurata.
Me ha dicho que de eso no tenían, pero que le dejara consultarlo en la base de
datos del ordenador central. No, no tenemos, me ha dicho, ni en el centro de
Albacete ni en otros centros de España. Le he dicho que era solo una broma,
pero él, entre sí, se estaba diciendo que no, que aquello no había sido –desde
luego– ninguna broma. Luego he salido a la calle y la lengua última de la tarde
sorbía el cielo sobre los plátanos y las acacias de Avenida de España.
Andrés García Cerdán
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