La
sangre
¿De la espesura
de qué orilla ha surgido el
tigre?
¿De qué sombra anterior a
nuestra sombra
proceden su zarpazo
brutal, su exhalación sin
nombre,
las almendras salvajes de sus
ojos?
¿O estuvo siempre aquí
y no supimos darnos cuenta?
Es terrible su agilidad
mientras se arquea en la
amenaza.
Olemos su peligro. La
inminencia
del ataque nos petrifica
y nos embriaga.
Porque hay algo más que temor
en este último desasosiego:
deseamos morir,
oh sí, cuanto antes morir
en el filo de sus colmillos
agudos,
en la presión de sus
mandíbulas.
Tal vez sea lo único digno de
nuestras vidas
este momento.
Antes que escape
y otra vez sea fuego donde no
lo alcancemos,
en nuestros huesos ha de
crujir el rugido
inextinguible de su fuerza.
Nuestra sangre será decantación
de una única herida decisiva,
nostalgia de sus pasos
fulgurantes
sobre la hierba.
Contra el invierno
No
podrás resistirte —no, al menos,
durante
mucho tiempo más—
al
empuje imparable de las cosas que amas.
Como
una avalancha
te
arrastrarán al fondo del amor,
tirarán
de ti hasta dejarte al borde
del
verano exquisito de tu vida.
Entrégate
al rumor que traen los días
y al
rumor que en ti suena.
Con la
máxima fuerza salva el reino
que en
tus manos acaba de caer.
Vuelve
tus manos a la luz que cae:
recógela,
es tuya.
Es la
imagen de lo que no se rinde.
Es la
imagen de aquello
a lo
que no se puede renunciar.
Con el
hambre entera del mundo
entrégate
a este don
y
levántate y mira de frente al mar y lárgate
de aquí
tan pronto como puedas.
Antes que
la primera sombra anuncie
el
nuevo invierno, por la orilla
y por
el mar de fondo márchate.
No permitas que nada ensucie este momento.
Estudio de mosaico
Late dentro del mármol
el corazón salvaje de una belleza nunca
revelada. Esto es
algo que supo Michelangelo.
Mientras sus manos, fieramente heridas,
temblaban por las calles heridas de
Florencia,
lo supo.
Cuello
[Zygmunt Bauman]
La
modernidad líquida es tu cuello.
A él me
inclino, bebo en él las aguas
y la
luz. En sus fuentes reconozco,
como
Shakespeare, una corriente mítica:
Let me confess that we two must be twain,
although our undivided loves are one.
Antes,
ardió en las naves de la Ilíada
o fue
tormenta en Turner, resplandor
en una
línea indómita de Nietzsche.
Ahora
está en mis labios el secreto
y, una
y otra vez, digo y callo todo.
Semejante
a la noche, lo pronuncio.
Bebo
tus aguas, eso es lo que importa.
En los
brazos de Orfeo morirán
las
microestéticas. Morirá Jimmy
Hendrix
en un calambre. Jacques Lacan
indagará
en la furia. Pero siempre
quedará
esta humedad de tu cuello, ánfora
fenicia,
láser fluorescente al que
me arrojo, donde aliento y me ahogo.
Espejos
Buscarás en las calles,
en la semántica
rebelde de las nubes,
en la profundidad de la raíz,
esa palabra única
que dice toda la verdad.
Y estarás solo en la
tormenta,
atado al timón, solo
como nunca has estado,
mirando en todas
direcciones.
En el centro del pecho sentirás
el temblor de quien teme equivocarse
y, sin embargo, sigue
hacia delante
buscando su fortuna
por el líquido espejo de los días,
sin volver ni una vez la vista atrás.
Andrés García Cerdán
No hay comentarios:
Publicar un comentario