ESE
ÁRBOL DE SANGRE QUE SOMOS
Notas
a La sangre
La sangre
Andrés García Cerdán
Me persigue desde el
fondo del sueño la imagen de un árbol. Un árbol de múltiples
troncos en cuyo interior, oculto, va creciendo un libro. Y pienso que ese árbol
es metáfora del entramado de ramas que nos va creciendo alrededor durante la
vida, como las vueltas de crisálida en que se encierra toda metamorfosis, hasta
crear una oscuridad sobre nosotros de la que ignoramos muchas veces que va a
estallar en luz. En este sueño la punta de un bolígrafo va trazando surcos en
la madera, grietas por donde escapa una savia que, con distinta velocidad y
torrente, se derrama cuarteando el gastado árbol que éramos para después alzar
el nuevo árbol-libro de cada uno, justo desde el centro de un charco que recoge
la savia-sangre del antiguo.
Sirva este pequeño cuento
onírico para ilustrar la impresión que
ha dejado en mí este libro de Andrés García Cerdán, sus páginas abiertas hoy en
mis manos con toda la fuerza de una escritura, la suya, que, desgarrando las
ramas inútiles de lo vivido, aprovecha solo la savia de lo verdadero, lo que
convoca belleza y dignidad, para levantar el estupendo poemario, que ha sido
tan merecidamente ganador del II Premio Internacional de Poesía Ciudad de
Almuñecar, ahora publicado en la hermosa edición de Valparaíso.
Desde su solapa anotamos
que este poeta, nacido en Fuenteálamo,
1972, cuenta ya con una importante
trayectoria (los poemarios Los nombres
del enemigo (1997), Los buenos
tiempos (1999), La cuarta persona del
singular (2002), Curvas (2009) y Carmina (2012), así como el ensayo La realidad total. Sobre la poesía de Julio
Cortazar) y ha obtenido los premios de poesía Barcarola, Antonio Oliver
Belmás, Ateneo de Alicante y Ciudad de Pamplona. Y otro detalle interesante,
que luego veremos reflejado en su obra, es su faceta de músico, ya que forma parte
de la banda de punk-rock Leñadores y del grupo The Rimbaud Company.
Su última entrega
poética es “La sangre”, un sencillo pero sorprendente título: esa palabra (“sangre”)
aparentemente tan cotidiana y poco necesitada de explicación alguna, encierra
toda la dualidad de la vida. Porque la sangre siempre recorre dobles caminos: es
la que sale del corazón y la que vuelve a él de retorno, levantando con ello el
cauce de nuestro latido (esa primera música, nuestro primer ritmo), creadora de
lazos comunes pero también origen de todo dolor cuando se derrama y apaga el
tiempo, tinta interior que puede ser burbuja, gota a gota o
cascada cayendo en la memoria del que escribe y además un río largo que acerca
las orillas de los dedos del poeta hasta sus lectores.
Porque es esto último
lo que hallamos al abrir el libro de Andrés: una sangre de palabras que, al compartirlas-leerlas, da
vida, mancha, duele, pone color, estalla desde sus versos en nuestras bocas, en
un latido íntimo que se vuelve carnalidad y cuerpo en cada uno de los poemas. Nos
dejan sus palabras, marcadas en las páginas, un preciso ritmo de ida y de
retorno hacia nosotros mismos, sus letras trazan arterias diferentes por donde
corre el pensamiento del mundo, la fragilidad de lo humano, la música y la
belleza y, al repasarlas, encontramos siempre las huellas de un poeta que ha caminado atento a lo que palpitaba en su
interior pero también sabiendo observar y anotar con justeza la geografía
humana que le rodeaba, su paisaje -ahora desolado- de vidas en difícil y terca
supervivencia, la incertidumbre de un futuro que ya tarda en confirmarse.
Así nos acerca en muchos de los poemas apuntes
del natural, cuya sencillez cercana a lo narrativo se ve luego trascendida por el
fogonazo de unos versos finales que apuntan una verdad de vida, susurrada como
descubierta al azar, ofrecida con desnuda sinceridad. Esa misma sinceridad con
la que en algunos de sus textos cuestiona su propio oficio de escritor,
descarta la tan acostumbrada pose de poeta porque sabe que la escritura no es
un inasible don divino sino una herida, una obsesión muchas veces incapaz de
captar totalmente la realidad, como confiesa en aquellos versos más metapoéticos,
donde unas estupendas imágenes saben acercar a cualquier lector este personal
conflicto. Su mirada incisiva repasa también el rastro que dejó la modernidad (cultural
y musical) en su recuerdo y se detiene
sin miedo a recibir el dardo de la actualidad más lacerante, sin olvidar
tampoco esa tabla de salvación que puede llegar a ser el amor. Nos va
convocando así poema a poema, extrayendo toda la luz posible de las inevitables
sombras, a unirnos a su carpe diem, a
cantar la esperanza.
Para
acercaros a las aceras con árboles de sangre de este libro solo voy a trazaros
una breve cartografía.
Abierto con unas espléndidas citas
(inolvidable la de Tomas Tranströmer: “Oigo
mi sangre circular, la cascada/ oculta dentro de mí, con la que ando a cuestas”),
la primera de las tres partes que lo componen se inicia con un excelente poema
“Nada más”, que nos trae ya esa dualidad de la sangre y la existencia de la
que os hablaba, en la que el poeta, como habitante de encrucijadas quizá
abocado sin remedio a abrir una caja de Pandora donde batallan hielo y fuego, alza
el verdadero territorio del poema, en versos como estos:
Escribir
un libro que duela
como duelen las cosas más hermosas…
ir tejiendo una
noticia
en cuyo centro quepan los relámpagos
y el barro del camino.
Justo después, en el
estupendo entramado rítmico del poema “La
sangre” aparecen encadenados algunos de los leivmotivs
del autor: la figura amenazante pero hermosa del tigre, la presencia salvaje
del fuego, la vida como herida necesaria). El poeta en esta sección desgrana,
casi en alternancia, textos que recogen una mirada interior, la reflexión de su
experiencia: los excelentes “El pequeño Narciso”, “El mar abierto”, “La
porcelana” o “Contra el invierno” (del que transcribo estos versos: ·”Vuelve tus manos a la luz que cae: / recógela, es tuya” ) junto a
algunos apuntes: “Conquistas”, “El incendio”, “Dinamita”, “Miserias”, “Veneno”, “Siempre” (“Este dolor sabe de qué hablamos/ y en qué
lenguaje / los que todo tenemos y hemos perdido todo”), que nos gritan su amor a la palabra desde las cicatrices mismas de
su corteza de hombre.
Ahora bien, la sangre,
además de denotar heridas, es, como he señalado, latido, ritmo pronunciado
dentro de nosotros y si hay un lugar donde queda patente mi afirmación es el poema “Velvet Blues”, el más extenso y narrativo del libro hasta el punto de
constituir la parte segunda del poemario). En este poema la música es
protagonista y, con hermoso trazado onírico en diluvio, Andrés nos habla de una llovizna y una soledad que se
convierte en muchedumbre. Ya nos decía Borges que “La lluvia es una cosa que
sin duda sucede en el pasado” y, así, los versos de Velvet son canto a toda una
generación: en rápidos tracks de los 90s nos llegan mojados por el recuerdo del
baile de las canciones escuchadas en vinilos (The Who, Ramones, Lou Reed), de
los versos infernales de los poetas malditos, de la felicidad que nos dejó la
camaradería y la ciudad en el lado canalla de la noche.
Pero el poeta,
desgajándose de añoranza tanto como de soledades interiores, da un paso más, el
necesario, hacia adelante, entregándonos, en la tercera sección del libro,
poemas de acercamiento al otro: al otro singular (el elegido en tú para el fuego del amor, y
os anoto aquí los hermosos “Cómo
mirar las llamas”, “Cuello”, “Ella mira las nubes” o “Besos”) , a los otros-comunidad , en la que Andrés implica su palabra
contemporánea para no sólo habitar el presente sino, es más, poner nuevas ramas
al porvenir. Lo cumple revelándonos incluso el rostro de esos otros-mentira,
cuya infamia o cuyo silencio provocan vergüenza y desesperación al mundo y que
toda escritura verdadera ha de tratar de
desenmascarar, nombrándolos hoy en voz
alta, como podemos escuchar en el poema “Kiev”, uno de los más duros y logrados del
libro, donde Andrés descerraja el
arma de su poesía contra los francotiradores y sus mudos cómplices.
En el caleidoscopio de
espejos de estos últimos poemas se va reflejando fragmentado el paisaje humano
actual, las ciudades visitadas, la naturaleza traducida en conocimiento de uno
mismo, los rastros que ha dejado en el poeta la lectura y el arte disfrutados.
Desde sus rotas pero brillantes aristas surgen algunos poemas: “Skaters”, “A un árbol del polígono”,
“Efigies”, “Marchantes de arte”, “No el arquero” o “Mañana” (donde leemos “…¿Por qué no / celebrar todavía la audacia
de esta sangre / que no acaba en nosotros, sino sigue / latiendo en el latido
luminoso / de la ciudad?”), todos
ellos una excelente muestra de la
calidad de escritura de Andrés y con una impactante sinceridad y belleza.
Antes de cerrar el
libro me detengo en las palabras de “Espejos”, poema que, a modo de poética, resume su
búsqueda de verdad y belleza en las calles, bajo la tormenta del presente, con
la vista siempre hacia adelante. Esas
palabras atrapan los reflejos claroscuros del torrente de vida y conciencia que
ha vertido el poeta y, desde ellas veo, ya bien despierta, que este libro va
dejar en nuestra memoria, inscritos como letras de libertad y verdad sobre
nuestro propio árbol, su sangre de auténtica poesía.
Trinidad Gan
TRINIDAD GAN en 1999 publica “Las señas del pirata”, poemario-plaquette
editado en la colección Cuadernos del Vigía. Es invitada a participar recitando
sus poemas en el VII Encuentro de Mujeres Poetas celebrado en Granada en
Noviembre de 2002 y en el Festival Internacional de poesía de Costa Rica en
2014.
Ha publicado poemas en revistas ( Revista Litoral: La poesía
de mar,2001 y Escribir la luz,2010-Revista EntreRíos y La Revista Áurea, ambas
en 2012 , Rivista Letteraria Sagarana en 2013), Revista Estación Poesía en 2014
y Revista “Cuadernos áticos” en 2015. También se recogen poemas suyos en las
antologías “La luna en verso” y “Ventanas” publicadas en 2013.
En el año 2009
consiguió accésit en los Premios del Tren en al año 2009 con el poema
titulado “El fugitivo”. Sus últimos poemarios son: “Fin de Fuga”, XX Premio de
Poesía Ciudad de Cáceres, editado por Visor en 2008 y “Caja de fotos”, XII
Premio “Surcos de poesía, editado por Renacimiento en 2009. “Receta para el
fuego (Antología poética)” en Casa de la Poesía, Costa Rica. “Papel ceniza”
publicado por Valparaíso Ediciones en 2014.
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